Aquí me tienes, de pie”, espetó Feijóo a Sánchez. “Seguiré mandando hasta 2027. Tengo todo el tiempo del mundo”, respondió retador el presidente. Los dos gallos comparecieron en el corral de siempre, en ese vocinglero tan marrullero del Congreso, pero esta vez con espolones distintos. No podía ser de otra forma después de un 18-F gallego que, por supuesto, deja huella en el ambiente siempre influyente de Madrid por más que algunos, lamiéndose disimuladamente las heridas, miren hacia otro lado, donde, esta vez, los otros sonríen. Por el medio, las tractoradas, la reprobación de Marlaska, la amnistía encallada, la bravata de un inquieto Puigdemont, rescatando la enésima reivindicación de la independencia que asoma como globo pinchado, y la pelea aburrida por interminable entre fiscales mientras sigue la huida hacia adelante del juez García Castellón. Hasta que, de repente, apareció Koldo sin mascarillas. Y se encendieron las alarmas. 

Las desgracias nunca vienen solas. Sin reponerse del golpe gallego, en la casa socialista les atruena inopinadamente el desequilibrante zambombazo de esa corrupción pestilente que parecía una mala costumbre solo propia del PP. Conmociona al partido y al gobierno. Ambos intuyen fácilmente tal magnitud del escándalo que las disculpas evasivas apenas duran un asalto. A la par que comienza la pena del telediario y la revelación de tan trapicheo obsceno ensancha la expansiva, Moncloa dicto ayer su sentencia vinculante: Ábalos debe pagar ya los platos rotos bien por acción, en el supuesto de que fuera a demostrarse su participación en la trama, bien por omisión, que salta a la vista, en el siciliano comportamiento de su persona de máxima confianza, nuevo millonario ocasional.

Más allá del desenlace, que parece muy decantada tras hablar Montero en nombre de Sánchez sobre cuál sería su actitud ante una situación semejante, Ábalos es un político amortizado por apestoso. Precisamente cuando había recuperado la química con el presidente, justo cuando tenía garantizado en Ferraz un puesto de salida en la lista europarlamentaria para así jubilarse sin estrecheces tras los próximos cinco años en Bruselas, le llega su defenestración. Una continuidad en el escaño resultaría insoportable para él, para su partido, el gobierno e, incluso, incomodaría al resto de la mayoría parlamentaria, obligada a pedirle cuentas al estilo Gürtel.

Así las cosas, hay un cambio de viento que sorprende, incluso, a quienes les favorece. Aquellos que suspiraban temerosos por la pérdida de la mayoría absoluta en la Xunta, que intuían otra borrasca, se encuentran con un PSOE azorado a la búsqueda de su identidad territorial y, sin reponerse, sacudido por el impacto siempre pernicioso que acarrea la detención por corruptos de unos cargos institucionales descarriados.

Está crecido Feijóo

El líder del PP se siente liberado. El incontestable triunfo de su sucesor en la Xunta le consolida definitivamente cuando muchos se amontonaban para segarle la hierba bajo sus pies. Pero el presidente tiene memoria. Ha tomado buena nota de quienes entre sus discípulos dudaron de él, y con razón, por su estrepitoso descuido parlanchín sobre el perdón al procès. Rehabilitado el alivio, otra vez vuelve a estar concurrido el redil popular para prepararse ante el hachazo definitivo en las europeas al sanchismo, ahora mismo más bajo de defensas que nunca. La ofensiva del PP por la corrupción de las mascarillas contra los socialistas se antoja solo comparable -desde todos sus frentes propios y los adheridos voluntariamente a la causa-, al desquite irrefrenable de una venganza política de partidos y también personal, en este caso representada maquiavélicamente por Díaz Ayuso que se acaba de cobrar quizá la pieza interiormente más codiciada de su mandato. 

Sánchez ya no es el mismo. No somete displicente a Feijóo desde su superioridad. Ahora se limita a acusarle directamente de mentir, o a felicitarle socarronamente porque, por fin, también como él abraza la reconciliación en Catalunya y no el enfrentamiento permanente. Como si por primera vez no se sintiera invencible. Como si le hubiera llegado el tiempo del mal fario, como si le atenazaran el enquistamiento de la ley de amnistía, ese fracaso electoral que vuelve a alentar a sus críticos, o el comprensible estremecimiento doloroso por la daga del caso Koldo. Como si el viento de cola que le venía aupando se hubiera vuelto ventisca. Está por determinar la duración del vendaval y sus efectos.