"PARA ti la perra gorda”. Tan manido proverbio popular abortó ayer de raíz el fantasma del culebrón que empezaba a gestarse en torno al reto de verse las caras que el jefe del Gobierno le había lanzado al jefe de la oposición por medio de los periodistas y a modo de aplacar los decibelios del carajal por el que transita la vida política de altos vuelos. Valió un par de bravatas y unas gotas de ironía para que Pedro Sánchez y Núñez Feijóo acordaran verse mañana las caras, y curiosamente en el Congreso y no en La Moncloa, conscientes ambos de que les separa todo un mundo, incluido hasta el factor anímico que siempre pesa lo suyo. Que nadie espere siquiera fruto alguno de este tipo de encuentros, obvio por habitual en cualquier democracia pero hasta meritorio en el bronco escenario español. El acuerdo para anular de la Constitución el hiriente término de disminuido y el saludo inicial para las cámaras serán la única excepción que romperá un ambiente de discordia y gélido, que se ha ido acrecentando desde el 23-J hasta parecer insoportable. Quizá la propia advertencia previa de Feijóo augura el signo del desenlace: “mientras no cambien de compañeros de viaje no hay nada que hacer”.

Había llegado Sánchez con ganas de retar al líder del PP y dejarle sin excusas si trataba de eludir su propuesta de diálogo. A tal punto rebajó las exigencias para hacerlo posible que le emplazó de entrada a hablar de lo que quiera, cuándo y donde quisiera. Así las cosas, Feijóo empezaba a tener difícil la escapatoria. No obstante, lo intentó a modo de ensanchar el temario con la retahíla de asuntos que los populares y sus satélites entienden que comprometen electoralmente a los socialistas. Por eso, mientras el líder socialista acotaba inicialmente la cita a la reforma del CGPJ, el artículo 49 sobre discapacidad y la financiación autonómica, la parte contraria lo ensanchó a 10 asuntos. Así se daba cabida a la amnistía, el pacto de Iruñea, despolitizar los medios de comunicación pública o desvelar los entresijos del acuerdo con Puigdemont, principalmente. Eso sí, la financiación autonómica lo excluía porque es asunto de los territorios, casualmente donde el PP tiñe mayoritariamente su color azul. A Sánchez le daba igual: ya le había doblegado. Aquella rabieta de Feijóo después de conocer la moción de censura a la alcaldesa Cristina Ibarrola, incluso la advertencia de Abascal que reiteró ayer mismo para que no se dejara engañar por el presidente del Gobierno, quedaban en papel mojado. En puridad, tampoco al dirigente gallego le quedaba otra salida una vez que no había veto alguno a hablar de lo que quería. Era muy difícil asimilar que el jefe de la oposición se niega a hablar con el jefe del Gobierno de los asuntos que desea.

Se había mostrado Sánchez hasta posibilista y magnánimo, condición propia de quien se siente seguro y triunfante. Quería “diálogo y no berrinche ni crispación” interpretando, dijo, la voluntad de “nuestros compatriotas”. Por eso se jactó de exhibir su alegría al comprobar que Feijóo había rectificado “en su empeño de tratar de darme plantón”. Incluso, se permitió la licencia de lanzarle algunos dardos para conminarse a que no siga mostrándose “avinagrado” y que deje de subir a la tribuna del Parlamento con “la expresión de cabreo que tiene desde el 23 de julio, dedicándose a repartir mandobles”. En verdad, el líder popular había sido fiel a su estilo oratorio hasta dos minutos antes. Para ello, siguió hablando de un “gobierno de vergüenza nacional” que causa “bochorno internacional”, especialmente por su compromiso con la ley de amnistía y que había desaprovechado la presidencia de turno de la UE porque le preocupaba más el acuerdo con los independentistas.

Se había asistido a un primer turno de intervenciones de los dos principales gallos políticos durante la sesión matinal de un maratoniano pleno que nada hacía presagiar el entendimiento, desde luego forzado, sobre la foto de mañana. Se volvió a aparecer el día de la marmota. Todo cambió en la segunda parte del debate. Fue entonces cuando a Sánchez nada le importó ceder en el orden del día propuesto con toda intención por Feijóo, ni siquiera en cuanto al lugar para verse. Ya le había traído al redil, sabedor de que se había pinchado la resistencia numantina de la derecha porque mantenerla se antojaba difícilmente entendible para cualquier sensato. Fue así como le recogió el guante con facilidad y desesperación del sector halconero de Génova, encaramado torpemente a la bandera de la confrontación.