ABRAN las ventanas. Ventilen la toxicidad. El hedor de este ambiente madrileño de ondas fangosas resulta inaguantable. Doce años después de su desaparición, ETA sobrevuela por cada esquina del Congreso, del Senado, del nervio partidista, de los desayunos mitineros, de las tertulias monotemáticas, de los corrillos malévolos. Un entorno insoportable siquiera para un resquicio de sensatez y hasta de mínima decencia. Sobrevenido por culpa de esa aviesa intención de EH Bildu con sus listas electorales manchadas y que el PP sigue exprimiendo hasta la desfachatez –incluso con ignominia, caso de Isabel Díaz Ayuso– como hueso de perro rabioso y así salpicar sin piedad a Pedro Sánchez. Una estrategia desgarrada por hiriente y ácida por esencia que desplaza y ningunea sin tregua el necesario debate, en favor del ciudadano y de la propia democracia, sobre la economía, la vivienda, la sanidad o hasta el agua, que está comprometiendo peligrosamente la credibilidad y el cierto fariseísmo de incansables voceros.

Sabe bien la izquierda abertzale lo que quería hacer ante el 28-M. Otra cosa es que haya desbarrado en su calculado propósito de ir demasiado lejos, hasta arrastrar en el desafío al propio presidente del Gobierno español. Los asesinos siempre generan un rechazo ético en una sociedad sana y con memoria, aunque hayan cumplido condena. Y los de ETA, mucho más por el sesgo político que tanto les denigra. Por eso resulta tan provocador como repudiable este envite estratégico de EH Bildu, muy alejado de asemejar una voluntad reparadora y de convivencia que pretende su alambicada rectificación de escaso efecto, obligada por el alcance de la explosión y el perjuicio a terceros. Un paso en falso, en definitiva, que contamina en exceso unas elecciones locales y autonómicas, que no generales, por voluntad mezquina y tortuosa de la derecha más ultramontana que nunca. Algunas afirmaciones del propio presidente del PP, de la lideresa de la Comunidad de Madrid –¿quién va a decirle que ya está bien, que no todo vale?– o del pirómano senador Rollán resuenan guerracivilistas, difamatorias y, sobre todo, embusteras por insidiosas. En la Cámara Alta se llegó a escuchar que la aprobación de Ley de Vivienda tenía su razón de ser en el atentado de Hipercor. Y, sin embargo, ninguna de sus señorías exigió que tal hiriente falacia quedara fuera del acta del pleno. La locura desatada ya no tiene límites. A este irrefrenable estremecimiento acuden ufanos y sin desmayo toda la oposición y su escuadrón mediático previendo que las manzanas caerán en su cesto ante tanto cimbreo.

Ni siquiera el Real Madrid ha podio mitigar con su penosa eliminación europea la tediosa perseverancia en la Corte de estos fétidos aires políticos. Nadie en el PP se atreve a salirse una coma del carril dialéctico que asocia a Sánchez con el terrorismo de ETA habida cuenta de su interés bastardo por seguir en el poder con los votos de EH Bildu. Lo hacen voceros sin reparar siquiera que muchos populares ya hicieron lo mismo cuando les convino. Les da igual. Levantada la veda, disparan a discreción contra el líder socialista. Este, asaeteado y en riesgo electoral por el devenir de la incendiaria polémica, ha dejado de mirar hacia otro lado como hizo el primer día despreciando el hondo calado de la denuncia de Covite. Más allá de su puntual tirón de orejas a Bildu, que tampoco pasará a mayores, resultó estremecedor escuchar las seis verdades que el presidente espetó a Feijóo ajustándose a la escrupulosa realidad de los hechos. El político gallego se sacudió la solapa como si oyera llover. Maroto, a su lado, debió sentirse algo concernido. En todo caso, el PP y sus áulicos aduladores siguen convencidos de que este estrepitoso resbalón de Sortu dejará en ridículo al CIS.

Llegados a tal paranoia, y mientras siga sonando el mismo soniquete hasta la hora de ir a las urnas, solo queda la resignación. Los hechos objetivos sucumben ante la manipulación rastrera. El diálogo sereno asoma como una penosa entelequia. Es tiempo de la falsedad, de la tergiversación, del maniqueísmo. Quizá toda se reduzca, malévolamente, al estertor final de ese clima cultivado gota a gota durante la convulsa legislatura por el espíritu banderizo de dos políticas antagónicas que se detestan y donde siempre resonó el latiguillo martilleante de que el Gobierno Sánchez sobrevive entregado a los designios de quienes quieren romper en España. De aquellos vientos, estos lodos. Y todo esto sin hablar de las sacas de voto de Melilla.