Muchos nervios. Caras largas. Preocupación. Hartazgo. Hablamos del PSOE. Maldicen el tormento de la ley del solo sí es sí en sus escaños. Una daga en la línea de flotación de sus expectativas electorales. Por eso, urgido y profundamente molesto con el pulso de Pablo Iglesias-Irene Montero, Pedro Sánchez busca desesperado válvulas de escape. Vías disuasorias que distraigan de ese sangrante monotema a modo de gota malaya que parece incombustible. De momento, el Constitucional ha acudido presto en su apoyo. Con su sentencia, esperada, sobre el aborto ha enredado al PP como un pardillo y, sobre todo, a su líder. Feijóo se ha hecho un lío entre sus creencias, la hemeroteca, las presiones derechistas y los sondeos. Por ese flanco ideológico encuentra oxígeno para unos cuantos días el presidente socialista. Mucho más cómodo, desde luego, cuando presume con razón de la subida del SMI y asiste complacido a los sucesivos resbalones de un atormentado Antonio Garamendi para así seguir situando a la clase empresarial, “a los de arriba”, en el disparadero.

La paciencia se sigue agotando en Moncloa. Las agrupaciones socialistas claman por detener cuanto antes la sangría política que les supone cada rebaja de pena que beneficia a un delincuente sexual. El 28-M se acerca. De ahí la urgencia que perseguía Sánchez para la reforma imperiosa de la ley. De ahí su indignación con la bofetada confabulada por Podemos y ERC, a la que invitaron a EH Bildu, y que le coloca entre la espalda y la pared. “Cría cuervos y te sacarán los ojos”, se oía decir con malicia en el Congreso al valorar este desenlace cargado de mensaje. “A ver si se atreve ahora a aceptar los apoyos envenenados del PP para sacarlo adelante”, parecían incitarlo con el signo de su voto en contra. Que no lo descarten. Esta sospecha corre rauda en esos corrillos donde resulta difícil metabolizar la poliédrica postura de progresistas e independentistas de no poner freno cuanto antes a este permanente desgaste que tanto irrita la sensibilidad social. En su defensa, los socios rebeldes del Gobierno dirán que así dan una vuelta de tuerca más a su envite de largo alcance. A su vez, los republicanos catalanes esgrimirán que siempre es aconsejable mantener a raya al enemigo, sobre todo si te pilla enrabietado por el mazazo judicial contra Junqueras que no esperaban tan contundente.

Esta incendiaria polémica le quema peligrosamente en las manos a Sánchez. A Montero, no. A Iglesias, mucho menos, que disfruta viendo cómo sufre por su culpa la parte contraria, Yolanda Díaz incluida. Consciente de esta intencionada envolvente que solo beneficia al reagrupamiento emocional de Podemos, el líder socialista ya ha dado un paso al frente, advirtiendo que la reforma saldrá adelante, sí o sí. Cuando lo consiga, tardará poco en explicar la pirueta y ni siquiera cambiará el rictus, pero entonces podrá decir que muerto el perro –perdón, Belarra–, se acabó la rabia.

En este contexto tan ideologizado, apenas hay hueco para preocuparse por la inflación. La ley trans acapara los focos para mayor gloria del Ministerio de Igualdad. Una auténtica válvula de escape en medio de tanto marasmo, aunque sea abriendo otra profunda grieta en la izquierda gobernante con la enésima disputa preferentemente en el mundo feminista. Así las cosas, la expectación ante el desarrollo de las manifestaciones del próximo 8 de Marzo, sobre todo bajo el termómetro que siempre representa Madrid, empieza a desbordarse.

En esta liga, los populares no tienen balón para jugar y tampoco les preocupa más allá de seguir hostigando al Gobierno por la imagen de división que ofrecen. Quizá así dispongan de la frialdad suficiente para calibrar con mayor precisión la bomba de relojería que entrañan las movilizaciones plagadas de indignación contra la deficiente asistencia sanitaria en la Comunidad de Madrid, su auténtica joya de la corona. Más allá de las interpretaciones interesadas, en las que algunas quieren minimizar los impactos evidentes, en esta rebelión callejera el PP camina sobre un campo cada vez más minado. Han vuelto a despreciar a la calle, escondiendo la cabeza debajo del ala. La izquierda no va a soltar esa presa porque cada día atisba mejores prespectivas. Las favorables expectativas aumentan de tal modo que por esa vía de agua puede escaparse la mayoría absoluta de Díaz Ayuso. Un resultado así sería sinónimo de una derrota que daría tranquilidad a Feijóo en su sombra, pero a cambio oscurecería sus expectativas para diciembre. La válvula de escape socialista. l