LA paciencia tiene un límite. Para Pedro Sánchez, también. Y en cuestión del solo sí es sí, más todavía. No aguanta más. El desgaste por tamaño desatino desborda la cordura. Llegados a este diálogo de sordos, a este desquiciante pulso mediático por acrisolar un apurado relato exculpatorio, el presidente ha dicho basta. Zanjará la polémica cuanto antes y si puede ser en menos de dos semanas, mucho mejor. Sacará adelante en el Congreso, y con carácter de urgencia, su remiendo legislativo a esta norma vapuleada en los juzgados y, luego, que cada palo –léase Unidas (?) Podemos– aguante su vela. Ya lo sabe Pablo Iglesias: o asume la derrota o les dice a los suyos que abandonen el barco. En cualquier caso, tendrá en su mano la excusa perfecta que sigue buscando con ahínco para proclamar a los cuatro vientos con toda su inquina cómo el socialismo se acaba plegando a la derecha judicial y mediática. Su socio ni se inmutará. El PSOE no está dispuesto a soportar más tiempo semejante calvario.

Como todo presidente de club reafirma a su entrenador cuando el equipo desfallece, Sánchez también confía en la unidad de los suyos como un bloque y, cómo no decirlo, hasta en la coadyuvante del desvarío, Irene Montero. En verdad, aunque silenciosa, está harto de la obstinación inmovilista de la ministra de Igualdad y del boquete que le supone para su partido esta contumacia en el error y la hiriente cascada de rebaja de penas y algunas hirientes puestas en libertad de depredadores sexuales. Los socialistas pagan con un descrédito innegable y constatado en encuestas internas este desvarío mientras sus socios ensamblan un discurso revitalizante para marcar distancias ideológicas ante los próximos retos electorales. Tal desequilibrio es inaguantable para la fuerza mayoritaria del Gobierno. Para el partido, insufrible. Vaya, al límite de la contención.

Iglesias chapotea encantado desde bambalinas. Mata hasta tres pájaros de un mismo tiro. De momento, Montero rearma la conciencia de la tropa paradójicamente cuando ésta se sentía desfallecer y lo hace mediante ese discurso mitinero, propio de la estela crepuscular del 15-M. Además, el tertuliano ideológico se relame cuando Sánchez rechina al verse desairado ante otro renuncio que le debilita por su hondo calado social. Y, finalmente, asiste encantado al ver cómo Yolanda Díaz acaba desplazada y enmudecida en la esquina del escenario, aprisionada por el volcán de la controversia.

Con la vista puesta en mayo, Podemos seguirá tirando de esta cometa sin desmayo. Le encuentra la ganancia en un río tan revuelto. Entre los suyos, la erosión por esta desventurada ley pasa de soslayo sin destrozos aparentes. Más aún, incluso les cohesiona. Ni siquiera reparan en el sofoco de Ione Belarra cuando tiene que justificarse. La papeleta queda para Sumar. Su inspiradora rasga impotente las paredes ante tan adversa coyuntura. Sabe que la situación es desquiciante, que debe acabar ya. Pero no puede decirlo, aunque todos intuyen lo que piensa de verdad. Al menos, a la vicepresidenta le queda el consuelo de zarandear con razón el nuevo sueldo del presidente de la CEOE y así tomar oxígeno en los papeles.

El PP se frota las manos. La erosión del Gobierno de izquierdas resulta innegable. Por eso Feijóo lamenta que Vox desvíe la atención torpemente con esa alocada pretensión de proponer al senil y vanidoso Ramón Tamames como alternativa de presidente en una moción de censura. Con este disparate que provoca hilaridad incluso en el poderoso frente ultraderechista mediático, Abascal vuelve a mostrarse como aliado involuntario de Sánchez, previsiblemente por su ceguera estratégica, siempre más propia de la testosterona. Pero no dará finalmente el paso, sabedor con el paso de los días del ridículo espantoso que afrontaría. Ahora mismo, la derecha quiere que la coalición se siga cociendo en una polémica que ha prendido en la calle con la misma fuerza del repudio que provoca el goteo judicial de las rebajas de penas por delitos sexuales. De paso se queda con el consuelo de la reprobación de Marlaska, aunque tenga que ir de la mano de los independentistas catalanes en una comunión de intereses que le permite al ministro del Interior devolverles el desaire.

En el caso de Junts, cualquier disculpa vale para zaherir a los representantes del Estado opresor. Le ocurre a su insigne representante Laura Borràs cuando contempla irritada cómo ese amigo a quien favoreció en su día, ahora le da la espalda delante del juez por el miedo a la cárcel y así le coloca al límite, muy próximo a la condena.