Abro estas líneas enviando un abrazo enorme a mi querido exjefe Bingen Zupiria. Sé que a un tipo curtido en mil batallas como él no le habrán alterado el pulso ni una gota las pintadas aparecidas en el frontón de su pueblo, Hernani, que, por segunda vez, volvían a amenazarlo groseramente de muerte. Conociendo su gusto por la estética y la gramática, estoy seguro de que le ha molestado más lo cutre –en forma y fondo– de lo torpemente garrapateado en las paredes de la cancha que la advertencia de apiolamiento. A partir de ahí, debo decir que me alegró ver que una de las primeras voces en denunciar la pretendida ekintza de los gudaris del esprai fue la del alcalde de la localidad, Xabier Lertxundi Asteasuinzarra, de EH Bildu. Es verdad que su tuit no contenía la palabra tabú –condena–, pero sí mostraba su rechazo a las amenazas y expresaba su solidaridad con la persona a la que iban dirigidas. A diferencia de su compañera de partido, la alcaldesa de Azpeitia, Nagore Alkorta, no invertía la carga de la prueba señalando como culpables a las víctimas de la agresión que sufrieron en su municipio agentes de la Policía Municipal y ertzainas. Se echa en falta, eso sí, un pronunciamiento similar en la cúpula de la formación soberanista, pero de momento ni Arnaldo Otegi ni Pello Otxandiano (mucho menos Arkaitz Rodríguez) han dicho esta boca es mía sobre los grafitos en los que se trata de amedrantar al consejero de Seguridad. Tampoco ahí hay lugar a la sorpresa. La doctrina de EH Bildu al respecto ya quedó clara en la delirante nota de la semana pasada, en la que se elevaba a categoría la mentada argumentación de Alkorta. A saber: que es la Ertzaintza la que se gana a pulso las agresiones que sufren sus agentes. La gravedad de tales afirmaciones va más allá de su literalidad. Se está dando carta de naturaleza a las manifestaciones violentas contra la Euskal Polizia. O sea, lo mismo que en los últimos 35 años. Hay cosas que no han cambiado… ni cambiarán.