Entre tanta ponzoña que nos obsequia cada día la política española, el sentido y sincero acto de homenaje al primer Gobierno Vasco tras la dictadura supuso un soplo de aire fresco. 45 años después, pudimos escuchar, siquiera con el hilo de voz que le queda, al lehendakari Carlos Garaikoetxea mostrando su satisfacción por el reconocimiento a su persona y a quienes compartieron con él aquel momento en el que, sin lugar a la menor exageración, todo estaba por hacer. Como tituló con tino mi compañero H. Kareaga su esbozo sobre este hito de nuestra historia, el navarro fue el lehendakari que partió literalmente de cero. Por no tener, los miembros de aquel gabinete no tenían ni siquiera un lugar mínimamente acondicionado en el que trabajar. Se apañaban como buenamente podían en diferentes dependencias en las que pasaban jornadas interminables, diseñando (casi se puede decir que soñando) la arquitectura institucional de un país compuesto (y todos sabían que no era lo deseable) por tres de los siete territorios. Lo hicieron luchando a brazo partido contra una sucesión interminable de dificultades. En 1985, y todavía durante muchos años después, Euskadi se desangraba por mil y un frentes. Desindustrialización galopante, paro desbocado, la droga haciendo estragos entre una juventud que no veía un mañana y, por si faltaba algo, la violencia de ETA sirviendo dos muertos cada semana y la desmedida represión policial, que no tuvo empacho en crecer hasta convertirse en terrorismo de Estado. Ese contexto, que hoy cuesta tanto imaginar a quienes tienen menos de 40 años, fue el que tuvieron que afrontar los integrantes de aquel inolvidable Ejecutivo. Todos tenían carreras profesionales consolidadas o brillantes perspectivas en diferentes ámbitos. Sus convicciones les hicieron optar por embarcarse en una aventura rebosante de incertidumbres. Quizá un poco tarde, reciben el reconocimiento… incluso de quienes trataron de dificultar su trabajo. Es de justicia.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
