Las vicisitudes que ha vivido la histórica sede del Gobierno vasco en París dan para un thriller. Qué pena que algunos, tan osados como voluntariamente ignorantes amén de malvados, lo estén reduciendo a un mal sainete. Hay que ser tonto con cinco enes (copyright, ya lo siendo, Jiménez Losantos), o sea, tonnnnnto, para vender la moto del pelotazo inmobiliario o del regalo de Sánchez al PNV a cambio de su apoyo. Tontería que se eleva a la enésima potencia cuando los loritos repetidores de la melonada deben obediencia orgánica o crematística a esa nave sin timón llamada Partido Popular. Hasta la saciedad se ha contado –y está documentado– que en la negociación de los presupuestos de 2018, Mariano Rajoy Brey, Eme Punto para los amigos, se comprometió a la devolución. Y aquí, devolución es sinónimo de poner fin a la usurpación, no nos equivoquemos. Ocurrió, sin embargo, que el hoy retornado a su puesto de registrador de la propiedad tuvo que irse a su casa merced a una moción de censura que prosperó, mire usted, por los votos jeltzales. Pero Andoni Ortuzar, que no nació ayer, se cuidó mucho de que Pedro Sánchez asumiera ese compromiso (y otros) antes de que los integrantes del Grupo Vasco se liaran la manta a la cabeza y propiciaran lo que todavía hoy la rencorosa Génova les reprocha con despecho rancio. Sánchez, qué otra cosa iba a hacer el hombre, aceptó el emplazamiento del presidente del EBB a través de guasap, si no estoy equivocado. En resumen, que si hay algo noticiable en que el inmueble haya vuelto a su legítimo propietario, es la tardanza en hacer efectivo lo que caía por su propio peso moral, legal y documental. Lo insostenible era y sigue siendo defender un latrocinio perpetrado por el régimen franquista en connivencia, primero con los nazis ocupantes y, años más tarde, con el gobierno nominalmente democrático de Francia. Pero tampoco nos vamos a sorprender. Ya sabemos de qué pie ultraderecho cojean los que niegan la evidencia.
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