Viendo el primero de los saraos enhebrados en torno al cincuenta aniversario de la muerte del bajito de Ferrol, volvió a venirme a la cabeza el eslogan del sopicaldo: ¿Cueces o enriqueces? En este caso, ¿celebras o conmemoras? Ojo, que podemos derrapar ahí en el hielo negro, no sea que queriendo hacer una cosa acabemos haciendo justamente la contraria. De hecho, me da a la nariz que el lema finalmente elegido para la cosa supura miedo a la mala interpretación. Así que el encabezado se ha quedado en “50 años en libertad”. Cuatro palabras, y dos, más que dudosas. ¿Seguro que libertad? ¿Seguro que 50? ¿Hay alguien que pueda argumentar con unos mínimos de seriedad que el contador de la libertad echó a correr en cuanto el equipo médico habitual certificó que el matarife hubo exhalado el último suspiro o, en la terminolgía eufemística de la época, se consumó “el hecho biológico”? ¿Siquiera uno, dos, tres, cuatro o cinco años después, se podía considerar libre la ciudadanía de un estado que seguía teniendo en sus principales magistraturas –policía, ejército, judicatura, incluso las Cortes que formalmente derivaban de las urnas– a los mismos que habían mostrado y demostrado su adhesión inquebrantable a los principios fundamentales del Movimiento? ¿Qué libertad es la del 3 de marzo, la de Montejurra, la de los Sanfermines de 1978, la del atentado al bar Aldana de Alonsotegi? O, yendo incluso al momento en que ya gobernaba el mismo PSOE que ahora blande el retrovisor selectivo, ¿qué libertad es la de los casos Joxe Arregi, Lasa y Zabala o Mikel Zabalza entre muchos? No cito por azar estos negros episodios. La característica común es que los correspondientes informes continúan sepultados entre cal viva con la salvaguarda de una ley de secretos oficiales que, miren por dónde, tiene su origen en ese régimen de terror que ahora se recuerda convenientemente liofilizado, no sea que el fantasma resucite de verdad. La memoria no va de proclamas sino de hechos. – Javier Vizcaíno