Cuando, hace algo más de un año, Alberto Núñez Feijóo arreó una patada lateral a Elías Bendodo para situar a Miguel Tellado como portavoz en el Congreso, todo el mundo tuvo claro que la designación era un premio a la sumisión perruna. No en vano, Tellado había sido el fiel escudero del mesías fallido del PP en su época gloriosa como presidente de la Xunta de Galicia con holgadas mayorías. La obediencia ciega al amo era una de las tres virtudes acreditadas por el ferrolano. Las otras dos consistían en su absoluta falta de principios morales y un carácter pendenciero más propio de garito de mala nota que de sede de la representación popular. Ya podemos afirmar con desagradable conocimiento de causa que en el tiempo que lleva en el desempeño de su función de perro de presa en la cámara baja, esas señas de identidad se han visto corregidas y aumentadas. No hay ningún límite de la indecencia que el esbirro de Feijóo no sea capaz de sobrepasar.
Volvimos a comprobarlo anteayer, cuando remató la retahíla de demasías propias y de sus compañeros de grupo en el enésimo pleno séptico de control al Gobierno de Sánchez blandiendo un folio con las fotografías de doce militantes del PSOE asesinados por ETA. Si son capaces de soportar las náuseas y contemplan íntegra la secuencia de la exhibición impúdica, repararán en que hay un detalle casi más repugnante que la propia ostentación del infame cartel. En un momento de su ejecución, se aprecia en el rostro del individuo algo parecido a una sonrisa que, en el caso de una compañera de bancada, es abiertamente una carcajada. Queda claro, por si alguien lo dudaba, que la hiperventilada indignación del PP respecto a ETA es una impostura de aquí a Lima. Por fortuna, buena parte de las víctimas no tragan con el teatro y, como han hecho María Jauregi, Sandra Carrasco o Consuelo Ordóñez tras esta última afrenta, exigen públicamente a los populares que dejen de utilizar el terrorismo en la refriega partidista.