ES uno de esos asuntos sobre los que se pasa de puntillas. Desde los tiempos de la “juventud alegre y combativa” (lema calcado, probablemente sin saberlo, de uno de las mocedades nazis), una buena parte de las actividades festivas de Euskal Herria han estado controladas por la izquierda abertzale. Por más que los diferentes ayuntamientos de otros signos políticos intentan tener su parcelita en unos acontecimientos que, por lo demás, están financiados casi totalmente por dinero público, las comisiones de fiestas o de comparsas acaban teniendo la última palabra. Se aplica literalmente el “tengamos la fiesta en paz”. Esa realidad nos ha llevado al paisaje supuestamente lúdico que conocemos, con la inclusión en los programas extraoficiales de kalejiras apellidadas “reivindicativas” portando las fotos de individuos e individuas que se han llevado varias vidas por delante. Y como núcleo irradiador de todo, las txosnas, en no pocas de las cuales se exhibían esos mismos retratos y que son fundamentales para la financiación de los grupos que las explotan.

Si alguien no tenía clara la importancia de los cada vez más sofisticados tenderetes o albergaba dudas sobre quién dirige el cotarro, la denuncia de GKS apoyada por 150 intelectuales y artistas sobre el boicot que sufren por parte del entorno de Sortu y EH Bildu para instalar su txosna en Bilbao y Gasteiz arroja toda la luz necesaria. La potencia de la acusación del grupo radical autodenominado “comunista” reside en los propios hechos que se ponen sobre la mesa, pero cobra especial relevancia al ver las firmas que la secundan. Ahí están los nombres de referentes indudables de la izquierda patriótica, como Joseba Sarrionandia, Fermin Muguruza o Itziar Ituño, y también la adhesión de personalidades de diversas ideologías como Bernardo Atxaga, El Drogas o Karra Elejalde. A la hora de escribir estas líneas, los aludidos no han dicho esta boca es mía.