AHORA que tanto hablamos de la máquina del fango, me viene a la memoria aquella consignilla de a duro que se coreó primero en Bizkaia para saltar, a los pocos años, a Gipuzkoa. “Incineradora, un muerto cada hora”, rezaba el lema, cuya veracidad ni siquiera se tragaban sus creadores. Se trataba, sin más, de una rima de aluvión. Pero como los fieles creyentes de la causa comulgan con cualquier rueda de molino que les suministren sus mesías, en barras de bar te encontrabas a paisanos asegurando sin lugar a la réplica que había millones de estudios que certificaban que las plantas en que se queman basuras provocaban, efectivamente, 24 fallecimientos al día en el área geográfica en que estaban instaladas. ¿Quién ha dicho bulo? ¡Bingo! 

Con el tiempo, y ya más centrados en Gipuzkoa porque en territorio vizcaíno Zabalgarbi se asumió con total normalidad pese al rechinar de dientes de la tribu de los contumaces opositores a lo que sea, empezaron a proliferar otros pseudoinformes realizados en chiringuitos por presuntos científicos con carné de la cosa que, sin llegar a lo del fiambre cada sesenta minutos por las venenosas emisiones, se engorilaban alertando de riesgos para la salud humana del copón de la baraja. Luego, anoto entre paréntesis, te descuarenjigabas de la risa cuando, de cara a las elecciones municipales de 2019 en Gasteiz, Bildu ponía como ejemplo de gestión medioambiental a Copenhague, con su megaincineradora con pista de esquí incorporada. Pero voy al grano. La semana pasada los puntos sanitarios se pusieron sobre las íes falsamente ideológicas. Biogipuzkoa, que no es un cuchitril de cuatro amigos, ha certificado que la incineradora de Zubieta no ha supuesto en sus seis años de vida un riesgo para la salud. Es el resultado de un estudio sistemático al minuto que ha monitorizado a 500 guipuzcoanos antes y después de su puesta en marcha. ¿Máquina del qué…?