NADA más lejos de mi intención que sembrar el alarmismo o ejercer de cenizo. Es simplemente que, en el cuarto anfiteatro de la actualidad, tapados por las noticias (en realidad, no-noticias, la mayoría) del politiqueo, me he dado de bruces con los datos de incidencia del covid en la CAV durante el recién terminado mes de agosto. Desde luego, están muy lejos de aquellas cifras terroríficas que marcaron las sucesivas olas de hace ya más de un año, pero estamos hablando de números que me resultan, como poco, respetables.
Según el boletín del Departamento de Salud, el pasado mes murieron 30 personas en los tres territorios, 20 de ellas –atención– solo en la última semana. En los hospitales vascos hay 157 personas ingresadas por la enfermedad, incluyendo tres en las UCI. Dado que, desde hace meses, no se lleva el cómputo de contagios que no requieren ingreso, carecemos de ese dato. De todos modos, basta mirar a nuestro alrededor para tener claro que el verano ha provocado un aumento considerable de positivos. Bien es cierto que se trata mayoritariamente de casos que, simplificando, no van más allá del malestar de un resfriado común un poco bravo o de una gripe puñetera. Viéndolo con espíritu positivo, quizá estos indicadores nos señalan, en su conjunto, que ya se ha alcanzado la ansiada capacidad para convivir con el virus o que estamos cerca de conseguirla. Aún así, no está de más que, por supuesto, sin obsesionarnos ni dejarnos llevar por un miedo para el que no ha lugar, tengamos presente que la enfermedad ha venido para quedarse y, de tanto en tanto, se empeñará en recordárnoslo.