DE los muchos papeles que no le pegan al Partido Popular, uno de los menos creíbles es el de defensor de la democracia y bastión contra el totalitarismo. Así que mueve a una mezcla de vergüenza, risa y cabreo que el mesías Alberto Núñez Feijóo presente como hazaña nacida de la generosidad gaviotil y su inmarcesible sentido de estado haber contribuido a evitar que EH Bildu obtuviera las alcaldías de Gasteiz y Durango y Junts, la de Barcelona. Ni habiendo nacido ayer colaría semejante ejercicio de autobombo trilero.

Para empezar, por mucho que presuman el gallego y los portavoces de su franquicia vascongada, su actitud en los consistorios citados (o la que veremos en Juntas Generales de Gipuzkoa) no obedece a ninguna altura de miras ni cosa parecida. Metido en una segunda contienda electoral en que la consigna garrula de la caverna volverá a ser el infame “¡Que te vote Txapote!”, el PP simplemente no podía permitirse quedar como el partido que no impidió que los malos oficiales llegaran al poder en ciertas instituciones. Así que hablamos de interés mondo y lirondo, que, por lo demás, no ha tenido ninguna contrapartida, por más que los de Iturgaiz no paren de extender la mano mendicante ante PNV y PSE. Y en cuanto a lo de Barcelona, más de lo mismo, solo que quizá con unas gotas añadidas de cinismo e hipocresía. Hasta el penúltimo minuto, la delegación catalana de Génova estuvo acariciando la posibilidad de investir a Trias, que, al fin y al cabo, es más de derechas que independentista. Lo evitaron la bronca del ultramonte mediático y la necesidad de echar sacarina al pacto con Vox en Valencia.