COPIANDO las expresiones de Violeta Parra, no me considero ni sabio ni competente para determinar cuánto debe ganar el secretario general de un sindicato. Sí tengo claro (y esto lo pienso también respecto a las personas que se dedican a la política) que debe ser una cantidad que permita desempeñar el cargo con independencia y, desde luego, a refugio de presiones y tentaciones. Por lo demás, veo bastante lógico que, en nombre de la transparencia que tanto se invoca, resulte altamente conveniente que el salario sea de conocimiento público.

Se diría que cito el catón, pero, a juzgar por la reacción del líder de ELA, Mitxel Lakuntza, cuando le preguntaron ayer por la cuestión en una entrevista radiofónica, parece que no es así. En lugar de decir “pues cobro tanto”, Lakuntza afeó al periodista que le hubiera puesto en semejante compromiso y, en una práctica bastante lejana al fair play, le dejó caer que seguramente los jefes de informativos de su cadena tienen un salario mayor y, con un ventajismo que es un autorretrato, le instó a hacer la misma pregunta a todos los futuros invitados del espacio. Entre invectiva e invectiva, articuló algo parecido a una respuesta. Primero dijo que sus emolumentos eran los de “algunos médicos” –como si todos los galenos tuvieran la misma retribución– y, finalmente deslizó que su salario equivalía al nivel 28 de un funcionario de la administración pública vasca. Un amigo mío muy puñetero se fue a internet en busca de la traducción a efectivo contante y sonante. La cantidad resultante es 69.326,70 euros brutos anuales. Y aquí vuelvo al principio. No sé si es mucho o poco. Pero es lo que es.