NO pierde uno la capacidad de sorpresa. Y para bien, en este caso. Porque les confieso que lo penúltimo que esperaba es que los dos partidos que conforman el Gobierno vasco anunciaran que han dado el primer paso para abordar una reforma fiscal en los tres territorios. A poco más de quince meses del final de la legislatura y en un año con dos convocatorias electorales de lo más peliagudo, no se antojaba que fuera el momento de abrir un melón semejante. La ortodoxia aconsejaba mantener el balón en el córner y esperar a una tesitura más favorable para hincar el diente a una materia que se presta como pocas a la gresca demagógica y facilona. La prueba la tenemos en que las dos formaciones de la oposición por la presunta izquierda han tardado un minuto en proceder al rasgado ritual de vestiduras y a proclamar que todo es un embeleco.

Qué quieren que les diga. Esos aspavientos preventivos del socio del Gobierno español y de su gran sostenedor periférico a cambio de nada –hablo de Podemos y EH Bildu, de quién si no– se antojan, amén de paradoja y muestra de incoherencia del copón, como el mejor aval a lo que sea que vayan a negociar PNV y PSE. Todo ello, con la tranquilidad de ver doble subrayado en la nota conjunta para la reforma de 2013 y los ajustes de 2018 como bases sólidas sobre las que acometer los cambios necesarios, que ya podemos intuir que no serán un desmelene tontiloco. Si hemos sobrevivido con cierta solvencia a la crisis de las hipotecas y a la de la pandemia y si vamos haciendo frente mal que bien a la de la invasión rusa de Ucrania es porque tenemos un sistema fiscal razonable. No se olvide.