COMO ando muy despistado con las cuestiones futboleras, ni me había enterado hasta hace un rato de que se estaba disputando la Supercopa de España. ¿Dónde? Pues, dónde va a ser, en ese paradigma de los valores democráticos y del respeto a los Derechos Humanos que nombramos como Arabia Saudí. Vamos, donde ya tuvo lugar en 2020 y 2021, y que tiren la primera piedra dirigentes y forofogoitias de dos de los equipos de nuestro amado terruño. Si hay que ir, se va, ¿verdad? Esa es la cantinela y/o doctrina oficial, ya perfectamente asumida e instalada en los cerebelos, tanto de rabiosos hinchas balompédicos como de aficionados fijos discontinuos, ahora que tanto se lleva la figura. Total, si ya hemos visto la orgía despendolada de un Mundial en Catar, todos de rodillas y chupeteando las babuchas a los jeques, o, como el Dios Messi, dejándose calzar una túnica que representa los principios más cavernarios, para qué nos vamos a revolver por unas pachanguillas disputadas allá donde las mujeres no tienen derecho a casarse sin el permiso de su padre, por poner uno entre mil ejemplos de iniquidad.

Claro que siempre cabe hacerse un Xavi Hernández y proclamar que “España tiene tantas cosas que mejorar como Arabia Saudí”. Nada que sorprenda en el hoy entrenador de Barça, que cuando hizo sus primeras armas técnicas y su fortuna multimillonaria en la antes mencionada satrapía catarí, la calificó como un lugar feliz sometido a prejuicios injustos. Lo peor es que lo que un día fue una extravagancia difícilmente explicable ya se ha normalizado del todo. Y eso es gracias a los clubs, desde luego. Pero también a sus seguidores.