No basta con aprobar - No envidio a las alumnas y los alumnos que, hoy en Nafarroa y mañana en la demarcación autonómica, se enfrentarán a lo que, a pesar de los diversos cambios de nombre, seguimos llamando selectividad. Es verdad que, según nos ayudan a prever los datos anteriores, 97 de cada cien conseguirán superar la prueba, la mayoría en esta convocatoria, y el resto, en la extraordinaria de dentro de tres o cuatro semanas. Lo harán, seguramente, con una nota media de alrededor de 7, entre las más altas del Estado, como se publicó recientemente. Entonces, ¿cuál es el motivo para no desear estar en su piel? Primero, que pese a todo, nadie les va a quitar ni el nudo en el estómago ni la zozobra hasta que sepan los resultados. Segundo y más importante, que ser declarados aptos, incluso con una buena puntuación, no les garantiza ni de lejos que vayan a acceder a las carreras que quieren cursar. La inmensa mayoría de las titulaciones tienen notas de corte estratosféricas.

Frustraciones - Así que, aunque un año más volveremos a llevar a los titulares las cifras de aprobados que recuerdan a las de los congresos de partidos políticos “a la búlgara”, esos números ocultarán gran cantidad de frustraciones. Y eso ocurrirá después de someterse a una yincana de pruebas que nadie tiene muy claro que verdaderamente sean el método más adecuado para determinar quién está en condiciones y quién no de realizar los estudios universitarios de su elección. De hecho, cabe la duda más que razonable sobre si todos los aspirantes parten en igualdad de condiciones. Ya no hablo de cuestiones sociales o de calidades educativas de los centros en que se han preparado. El azar y la mayor o menor dureza de quienes preparen y evalúen los exámenes tendrán una influencia decisiva en los resultados.

Todo sigue igual - Me dirán que así ha sido siempre. Y efectivamente, asiento. Ese es el método que ha regido hasta la fecha todos los procesos de promoción en la educación o en las oposiciones para optar a un empleo público. Hincar codos es importante, pero la suerte y la mayor o menor rigurosidad de los evaluadores acaban inclinando la balanza. El mismo alumno que podría sacar una excelente puntuación en Leioa podría obtener un resultado discreto en Iruñea. O viceversa. La conclusión es que, después de mil y un cambios aparentes en el nombre y en la fórmula por parte de gobiernos de todo signo, seguimos estando donde estábamos hace treinta y pico años, cuando a este servidor le tocó pasar por el mismo trago. Llámenme iluso, pero cabía esperar un progreso.