ESTA es la noticia, convenientemente ocultada tanto en los medios más progresís del lugar como en varios del Olimpo ultramontano: el conductor del programa televisivo de referencia para la izquierda le compró al comisario Villarejo una noticia falsa sobre Pablo Iglesias y la difundió a sabiendas de que lo era. Según consta en el audio esta vez no tan difundido como otros, Antonio García Ferreras le confesó al rey de las cloacas que, al verse en la tesitura de echar a rodar un bulo del copón, le dijo a su compadre Eduardo Inda: “Yo voy con ello pero esto es muy burdo”. Efectivamente, el telepredicador fue con la mentira de la cuenta que Iglesias tenía en un paraíso fiscal.

Pillado con el carrito del helado, el desparpajudo Ferreras ha tenido el rostro de reconocer la fechoría y presentarla como “lo que teníamos que hacer”. Y en realidad, no hay mucho que decirle ante su brutal confesión de parte. Me resulta, de hecho, bastante más interesante la opinión de los integrantes de la mesa del show político-catódico, que de momento, ha sido un silencio tan sepulcral como revelador. Todos esos seres humanos beatíficos y bien remunerados que, sin ir más lejos, el otro día echaron sapos y culebras contra Cospedal por otra grabación con el mismo siniestro poli callan como tumbas. Lo mismo, ojo, que todos los políticos zurdos (también los de Podemos) que se ponen en posición de firmes y se licuan cada vez que el marido de Ana Pastor les da cinco minutitos en directo. Y luego están mis colegas que, a modo de clamorosa excusa no pedida, se suben al “No todos los periodistas son iguales”. ¿Es que acaso hace falta decirlo?