Cada cierto tiempo, Bilbao parece desperezarse como un gato satisfecho que se estira bajo la llovizna. Esta semana, ese gesto felino ha adoptado dos formas bien distintas: la apertura del plazo para adquirir las nuevas plazas de parking del Ensanche y la carta blanca para prolongar las bonificaciones del 40% en el transporte público de Bizkaia hasta febrero. Dos noticias que, en el fondo, hablan de la misma vieja preocupación: cómo movernos en una ciudad que quiere ser moderna sin renunciar a su alma.
Las nuevas plazas de parking del Ensanche nacen siempre envueltas en un aura de deseo silencioso. Es una geografía codiciada donde cada metro cuadrado palpita como si escondiera un tesoro urbano. El Ayuntamiento abre el plazo y es como levantar un telón: uno imagina a las familias revisando sus cuentas, a los profesionales con prisa calculando distancias, a los veteranos del barrio recordando que antes allí otro tipo de negocios. Comprar una plaza de garaje en el Ensanche es, para algunos, el último gesto de arraigo; para otros, una inversión; para muchos, simplemente un salvoconducto contra el suplicio de dar vueltas eternas en un laberinto de calles estrechas donde el coche ya es casi un intruso.
Sin embargo, mientras se abre esta puerta de hormigón y llave electrónica, la movilidad en Bizkaia se ilumina por otro flanco: la prolongación de las bonificaciones del 40% en el transporte público. Esa rebaja, nacida en tiempos convulsos, ha terminado siendo un pequeño bálsamo que invita a dejar el coche durmiendo en su jaula metálica y deslizarse por la ciudad en metro, tranvía o autobús con la tranquilidad de quien viaja ligero de culpa y de cartera. La carta blanca es como una palmada en la espalda de quienes creen que la transición hacia una movilidad más limpia no se decreta, se cultiva.
Pero estas dos decisiones, que a primera vista parecen contradictorias –más plazas de parking y más incentivos para no usarlas...– no hacen sino reflejar la naturaleza mestiza de Bilbao. Una ciudad que avanza a dos velocidades, como si caminara con un pie en el futuro y otro en el recuerdo de cuando el coche era símbolo de progreso y no de saturación. Aquí, la modernidad nunca ha sido una ruptura brusca, sino un delicado equilibrio entre lo que fue y lo que quiere ser. Bilbao continúa ensayándose a sí misma, como un actor que repite una y otra vez su parlamento hasta que encuentra el tono exacto.