Es un signo de los tiempos, quizás porque la población corresponde a la nueva realidad. Vivimos un ritual complejo: por un lado, la memoria de la caída de la curva, la promesa incumplida de más manos para el trabajo, para los cuidados, para la escuela; por otro, una aparición tímida de brotes que se atreven a decir que sí, que la vida aún puede multiplicarse cuando se tocan las manos de las políticas públicas, cuando se abre la puerta a ayudas, a guarderías, a viviendas amigables para las familias que aún sueñan con llamar casa a este territorio.
La natalidad no es solo un dato demográfico; es una canción que se entona en la garganta de la ciudad cuando decide mirar a los ojos del futuro. En Bizkaia, esa canción se escribe entre el puerto, la ría y las laderas de la cordillera. Es la tinta de cada cartilla de salud que llega a un recién nacido, la risa de cada sala de partos que intenta hacerse lugar en un hospital que sabe que su tarea no es solo curar, sino asegurar el milagro diario de la continuidad-
Las tres vueltas del tiempo han traído cambios: la economía regional, con sus luces y sombras, y las políticas de apoyo a la familia, con sus avances y sus rezagos. No basta con que nazcan niños; hace falta que nazcan en un territorio que les ofrezca educación, vivienda, cuidado, empleo en el sentido más humano de la palabra: trabajo que no vaya devorando la vida, que no convierta la crianza en una carga de deuda, sino en una experiencia compartida, un compromiso público que convoque a la convivencia.
Miremos el pulso de las personas que esperan, que planifican, que se atreven a imaginar cuna, cuna en casa, guardería compartida, barrio que se prepara para recibir una nueva voz. En ese pulso se revelan las tensiones: la migración de jóvenes que buscan oportunidades, la inversión en servicios que aún no alcanzan a todos, la brecha entre quienes pueden sostener una familia y quienes quieren sostenerla pero deben luchar contra un mercado que muchas veces parece invisibilizar la ternura.
Y sin embargo, hay motivos de esperanza, aunque parezcan tímidos: programas que desdoblan horarios, infraestructuras que se vuelven menos hostiles a la crianza, redes de apoyo que se tejen entre vecinos, centros educativos que sueñan con ratios que permitan educar con cuidado, no con presión. Es ahí donde se manejan algunas de las soluciones posibles.