En un santiamén o en un periquete; desde el “¡para ya, para ya!” al “¿todavía no está hecho?” urgente y casi grosero. Ese el ritmo de la vida moderna, una vorágine de hoy en día que devora la reflexión y el paso lento y sereno de las ideas que no son, no debieran serlo, plusmarquistas de los cien metros lisos sino estrategas del maratón. Lo hace a cambio de una mísera ganancia de tiempo y a costa de una lastimosa pérdida de altura en el mensaje. Permítanme que se lo recuerde, ahora que acaba de celebrarse la final de la VIIª Olimpiada Filosófica de Euskadi, puntualizándoles que no, que la filosofía no es una asignatura bachiller sino una apuesta por mirarle a la vida a los ojos.

Me tocó de cerca, lo confieso. Desde mi entorno llegó a esa recta de meta una delegación de Zabalburu Ikastetxea, formada por la profesora Ane San José y la alumna Ainhoa Múgica. Llegaron en la categoría de Disertación y con una tema genérico, Cuidados, tan en boga en estos tiempos, donde tampoco hay huecos libres en las agendas para acompañar a los mayores, para repartir competencias entre hombres y mujeres a la hora de cuidar a las familias, para sentir el cuidado como un sentimiento antes que como una molesta obligación.

En un mundo que gira a la velocidad de un clic y el ruido nos envuelve como una tormenta, la filosofía se alza como un faro en medio de la tempestad. En el reino del pensamiento rápido, la reflexión pausada se convierte en un acto de resistencia, un refugio donde el alma puede encontrar su voz. La vida moderna nos empuja, ya ven, a consumir ideas como si fueran productos de un supermercado, desechando lo que no nos satisface. Se piensa en titulares y, frente a ello, la filosofía, con su andar lento y su mirada inquisitiva, nos invita a detenernos, a cuestionar, a explorar el vasto océano de la existencia. Piénsenlo.