Llega el tiempo en que se anuncian los primeros pasos en la barra de equilibrios, el tiempo en que Bilbao lanza su apuesta en la defensa de los derechos civiles del medio ambiente, si es que lo permiten decir así. Vi esa metáfora hasta mi imaginación y llegó un nombre hasta mi memoria: el acróbata francés Charles Blondin, cuyo verdadero nombre era Jean François Gravelet, cruzó el río Niágara sobre un cable. Ese asombroso malabarismo es el que se avecina ahora. A Bilbao, de la que los viejos poetas hablaban de “una ciudad con txapela de humos”, quieren limpiarle los cielos, desintoxicárselos.
En un mundo donde el cambio climático se ha convertido en una de las mayores amenazas, la implementación de zonas de bajas emisiones (ZBE) se presenta como una de las soluciones más sensatas. Como ocurre con cualquier medida transformadora, su llegada no está exenta de controversia.
Las ZBE son áreas urbanas donde se restringe el acceso a vehículos contaminantes, promoviendo así un aire más limpio y una calidad de vida superior para sus habitantes. A primera vista, la idea parece sencilla: menos coches, menos contaminación. Perola simplicidad de la propuesta contrasta con la complejidad de su ejecución.
Es innegable que las ciudades han sido diseñadas en torno al automóvil. Durante décadas, hemos priorizado el tráfico sobre la vida comunitaria, y ahora, cuando se pide repensar este modelo, mucha gente se siente amenazada, como si su estilo de vida se tambalease por un soplo de viento del norte. Los comerciantes temen que la reducción del tráfico afecte sus ventas, y la ciudadanía se preocupa por la falta de alternativas de transporte. O por la falta de costumbre de su uso.
De momento las pruebas se han realizado con red. Ahora, en menos de una semana, se retirarán las defensas y comienza la defensa de la protección de Eva. Al desnudo, quiero decir. Se van a vigilar las tasas de contaminación de los vehículos que circulen por las zonas señaladas. Quítense el miedo. Las ZBE no son solo una restricción; son una oportunidad. Una oportunidad para repensar cómo movernos, vivir e interactuar con nuestro entorno. Imaginemos calles donde los niños puedan jugar sin el temor a los coches, donde los cafés y restaurantes puedan extender sus terrazas al aire libre, y donde el aire que respiramos no esté cargado de partículas nocivas. Imaginen.