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La ola que viene y va

Es, si me lo permiten decir así, un cambio de estación en nuestras sensaciones cuando el estilo de vida da un vuelco. No por nada el ser humano civilizado afronta un desafío común en la vuelta a la rutina. Se trata de un momento agridulce. Mientras uno llega con energías renovadas, recuerdos inolvidables y, a menudo, una sonrisa en el rostro, a la vuelta de la esquina le espera a uno la realidad de la vida cotidiana que puede golpear con fuerza, Aquella ola que se fue hoy golpea con crudeza y en según qué profesiones -la enseñanza es, pongamos por caso, un ejemplo en primera línea de fuego...- hay gente que experimenta lo que se conoce como estrés posvacacional.

Todo depende, eso sí, de las circunstancias. No existe consenso en la sociedad científica sobre la definición exacta o la existencia real de este síndrome posvacacional, pero se considera que es producto de una triste realidad; en gran parte de entornos el trabajo se tiene por una actividad negativa, obligada y sacrificada; en las sociedades en que se considera el trabajo como algo creativo, con sentido por sí mismo y digno para el ser humano, el estrés posvacacional prácticamente no existe.

En no pocas ocasiones aparece un laberinto de un mar de correos electrónicos sin leer, reuniones que parecen interminables y la presión de cumplir con plazos que, en las horas de asueto, se vislumbraban muy lejanas, casi olvidadas. Se diría que uno siente la sensación de ahogo, de que falta el aire libre del que que se disfrutaba hace apenas uno o dos días. Las vacaciones nos enseñan a disfrutar del presente, a valorar los momentos simples. Así que, ¿por qué no llevar un poco de esa filosofía a nuestra rutina diaria? Incorporar pequeños momentos de relajación, como un café con amistades o una caminata al aire libre, puede hacer que la transición sea más llevadera. Recargadas las energías no las vaciemos en un santiamén.