Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro, dijo Graham Greene, el escritor y guionista británico especializado en el hombre moderno. A ese pensamiento invoca la decisión de la Diputación foral de Bizkaia, decidida a prestarles atención y darles voz a los más jóvenes, a abrirles la puerta, que diría el tío Graham. Más allá de las simulaciones y teatralizaciones propias de las visitas escolares a uno de esos centros –ayuntamientos, diputaciones, tribunales o parlamentos, pongamos por caso...– de decisión, la propuesta de la Diputación es la de provocar que su opinión cuente, que sus ideas se tomen en serio a la hora de legislar.

No es un pronto cualquiera. No por nada, se sujeta en dos de los trampolines de Naciones Unidas, uno de los organismos donde se balancean con mayor y mejor precisión los Derechos Humanos aplicados a la infancia. Tampoco se aplicará a salto de mata. Van a medir sus efectos y sus consecuencias con la precisión de las básculas científicas o pasteleras. Pero más allá de lo que se deduzca, lo importante de la decisión es la consideración a los menores como personas de pleno derecho, no como personas aún por hacer.

En ocasiones las consultas para legislar se ejercen, cuando no existen interferencias de intereses de cualquier índole, tanto de altura ética como propias de los bajos fondos, con esas personas a las que la calle llama cabezas pensantes. Y no suele ser una mala decisión. Están preparados, dicen. Pensamos. Pero también hay mucha gente que coincide con Tom Robbins, el escritor satírico estadounidense, cuando asegura que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz. No sé si la propuesta de la Dipu, hará más feliz a la infancia, pero si pretende que sea más justa. Ellos y ellas saben lo que sienten, lo que necesitan para la vida, lo que quieren. Y no hablamos de un helado en verano o una hamburguesa para comer.