TODO comienza en las primeras edades, cuando un niño pequeño a veces se aferra a una manta o a un peluche que le proporciona una sensación de seguridad. Desde muy jóvenes, ya ven, el miedo llama a nuestra puerta y andamos dando saltos de protección en protección hasta llegar a la póliza de seguros, un papel que transmite tranquilidad pero que no siempre garantiza el alivio que uno quisiera. ¿Tan necesario es tenerlo todo garantizado bajo el lema del por si acaso? Es difícil saberlo. Como les decía, siempre tratamos de ganar seguridad. El ser humano no se anda con sutilezas ante lo desconocido: convierte en verdad cualquier asunto si es útil para tal fin.

Esta es una realidad general, una mirada panorámica y abierta, un tanto distante de la realidad de los taxis que ahora denuncian cómo se han triplicado sus pólizas de seguros, imprescindibles para el ejercicio de su oficio, en un santiamén. El problema es que en algunos casos el taxi ya deja de ser rentable y en otros sucede que los conductores no quieren pasar por el aro sin que les justifiquen el porqué del encarecimiento.

En los tiempos muertos de las paradas, en las conversaciones de café de media jornada, se buscan explicaciones. Se sospecha que la llegada de nuevos modelos –Uber, Cabify y demás compañías de VTC...– han traído consigo un ascenso en los ratios de siniestrabilidad y las compañías de seguros, ya saben, apuesta por poner la venda antes de la herida. Es algo propio de las civilizaciones desarrolladas: hay intereses de diversos modelos de empresas que chocan entre sí. Nadie quiere, como vulgarmente se dice, pagar el pato y siempre salen damnificados en ese accidente profesional. Como tantas veces ocurre, me temo que serán los más débiles, los usuarios, quienes se vean metidos en medio del jardín. Sin comerlo ni beberlo.