Habrán oído hablar de la célebre obra de teatro en la que el esperado nunca llega -como Godot, que nunca aparece en la obra Esperando a Godot- o de la santa paciencia que no consiste sólo en la capacidad de esperar sino en lo que haces mientras aguarda. En estos días uno se ha acordado de Godot y de la madre que lo... ¡Quieto parado, Jon! Echa el freno. Dos horas y media después de sacar el número para hacer guardia y conseguir un roscón de Reyes (te avisan por whatsapp cuando te quedan diez números...), uno llega a la desembocadura del ordenador y se da cuenta de que no es el único desgraciado del día. En el aeropuerto de Bilbao se han vivido dos horas largas de espera para conseguir que la maleta te acompañe, o no.

Como es costumbre, los derechos de uno están por encima de las necesidades de otro. Por supuesto que todo el mundo tiene derecho a disfrutar del agua de azahar y la fruta escarchada (natas, cremas y chocolates varios a parte...) pero debiera establecerse una vía de acceso diferente (por ejemplo, sólo dar números de media hora en media hora para reducir los tiempos de espera, pongamos por caso...) y por supuesto que existe el derecho a la huelga. Lo que no está tan claro es que ésta perjudique a terceros. Lleva viviéndose ese descontrol más de un mes con Bilbobus, cuyas desapariciones modifican el horario de la ciudadanía que requiere sus servicios. Y lo de ayer en el aeropuerto, ya les digo, el mismo cantar. Venga uno de vacaciones en el Caribe o de uno de esos congresos inclementes que no te dan ni un sólo respiro, resulta doloroso que al llegar se encuentre sin el equipaje al alcance, una valija por cuyo transporte en la santabárbara del avión, por cierto, se pagó por anticipado.

¿Tienen que perder, acaso, el gremio de la pastelería artesana con menos ventas y los trabajadores de los aeropuertos con sueldos u horarios de baja estofa? No digo esto, no. Digo que no tienen que perder siempre los mismos: la ciudadanía. A los pobrecitos de a pie nos ha tocado el más pobre papel en esta obra de teatro: el de ariete para derribar las puertas que se encuentran cerradas. Como si se trasladase la voz de la protesta a la voz del pueblo para que se les escuche más. Esperamos al taxi y la fecha precisa para que nos abran las puertas del quirófano, con suerte dentro de unos meses. Y en la espera ahí estamos, acordándonos de Godot. O de toda su parentela.