LA bolsa de la compra es, para los gestores de la economía doméstica, un auténtico quebradero de cabeza. No hay aspirinas para esa jaqueca. La OCU, atenta siempre al interés de los consumidores, acaba de realizar una radiografía sobre los supermercados y algunas de sus conclusiones son tremendas: los precios de la cesta de la compra crecen otro 14% en el último año, según la asociación de consumidores, que cuantifica en 1.056 euros el ahorro anual posible según dónde se compre. Los vecinos de Getxo han de leer la letra pequeña del estudio, escudriñarla al detalle. No por nada su gasto en el súper es de los más altos.

Es bien sabido que desde hace algún tiempo los supermercados te ofrecen, además, la compra de la bolsa, como si quisiesen rapiñar con la última calderilla. Cada vez hay menos personas en las cajas de cobro (le ofrecen a uno, como si fuese una oferta o un canto a su libre autonomía, la autogestión de su compra: pague con dinero plástico, pase cada producto por el lector y no se le ocurra equivocarse o saltan las alarmas como si tratarse de fugarse de Alcatraz...) y menos trabajadores a quienes preguntar dónde está el café o las latas de anchoas. Ocurre lo mismo en las sucursales bancarias, en las taquillas de cine –en fechas cercanas a su estreno fui con mi hija al cine a ver Oppenheimer y al preguntarle si estaba llena la sala, la taquillera me dijo que yo era el primero al que cobraba pero que no quedaban localidades centradas...– y cualquier día de estos en los bares, donde pronto nos pedirán que nos tiremos la cerveza o nos pongamos un café.

Piénsenlo bien. Todo empezó con la compra de la bolsa y cada día crece más el gasto. La gente de Getxo que acaba de leer las conclusiones del informe ya lo sabían de primera mano porque el fin de mes cada día les cae más lejos y más arriba. Miedo me da pensar que este informe de la OCU lo haya hecho y escrito un artefacto de inteligencia artificial.