TIKTOK es todo un baúl de curiosidades que relatan las más variadas cuestiones. Allí encontré la historia de Julia Braden, la mujer que le dio vuelo al consumo de palomitas (popcorn en su argot...) en el cine. Para conocer los porqués hay que remontarse a Estados Unidos, más en concreto hasta principios del siglo XX. En aquellos años, el cine parecía un teatro y era un artículo de lujo. Había, además, un factor fundamental que distinguía a la gente pobre de la rica: si sabían leer o no. En ese momento, con el cine mudo, se necesitaba saber leer para entender algunas partes de la película.
Ya en 1927, con la invención del cine sonoro, las clases menos pudientes ya podían ir a disfrutar de una película. Y partir de ahí, en torno a la Gran Depresión (a partir de 1929...), el maíz era uno de los alimentos más baratos del mercado. En Kansas City, Julia propuso a un empresario la idea de montar su propio puesto de palomitas dentro del cine. A cambio, ofrecía al dueño del cine un porcentaje de las ganancias por la venta de palomitas. El éxito fue tan grande que en 1931 Julia ya tenía en cuatro cines montados sus chiringuitos de palomitas, más económicas que los caramelos, habida cuenta el precio del azúcar en aquellos tiempos.
Lo que sigue después es bien conocido. El mundo se divide entre cinéfilos devoradores y amantes del cine a quienes les molesta el vuelo de una mosca. Y el hábito de comer palomitas lleva camino de cumplir un siglo de historia. La cadena cinematográfica Yelmo Films en Bizkaia acaba de anunciar que uno ya no podrá entrar en una sala con palomitas de manufactura propia o de otros fabricantes que no sean ellos. Dicho así, suena a un monopolio gastronómico en sus salas, con el riesgo de que los precios se disparen. Aquella pionera dio en el clavo por el precio asequible de un snack al alcance de todo bolsillo. Hoy ruedan lágrimas por Julia.