Es una tierra extraña donde germinó el pasado y ahora florece el futuro, con la tecnología como abanderada en el desfile y aquellas heridas industriales ya cicatrizadas. Desde el aeropuerto de Loiu hasta parques tecnológicos encadenados –el de Zamudio abre la cabalgata...–, pasando por el seminario más grande de Euskadi, molinos, retablos, templos y caseríos; empresas dedicadas a la innovación y los servicios y un toque de proximidad de la naturaleza que todo lo alegra y refresca.

Toda esa transformación se ha producido en 40 años, cuatro décadas prodigiosas desde la desanexión de Bilbao pese al vértigo que sintieron en los primeros tiempos, cuando todo eran sueños y proyectos pero había pocas realidades tangibles. Uno tiene la sensación de que al haber sumado fuerzas y esfuerzos el Txorierri sacó partido a cada palada y, dale que te pego, llegó hasta donde hoy se sitúa, en el templo de las vanguardias pero con un acentuado toque de personalidad propia. Lo que se llaman señas de identidad. Cada pueblo, cada municipio de la mancomunidad, aportan lo suyo a ese valle que lleva camino, si no lo es ya, de convertirse en un vergel.

Es hermoso ver ahora cómo todos ellos se expresan hermanados –habrá, supongo, alguna que otra rencilla que se oculte bajo la alfombra al barrer...– y cómo mantienen con Bilbao una relación de fraternidad. Tampoco le ha ido mal a la villa remando a favor de su corriente. Ayer mismo fue el propio alcalde de Bilbao quien recordó que las viejas anexiones llegaron por la peor de las vías posibles: manu militari. Ese tipo de acuerdos suelen saltar por los aires y es de agradecer que aquella generación de gestores de principios de los ochenta tuviesen las habilidades suficientes para ir rectificando los errores del pasado e ir levantando los pilares para el futuro.

Hoy es día de celebraciones para el Txorierri, una superación de la anterior glaciación y un tiempo en el que alumbra el sol en el valle. Habrá, como en todas las tierras, horas más felices y horas más oscuras, de eso no cabe duda. Habrá apuestas que salgan torcidas y caminos que se enderecen. Lo que resulta atractivo es ver cómo en cuatro decenios el paisaje ha variado para bien, no hace falta más que echar un vistazo para extraer esa conclusión. Es la prueba de que la libertad de acción supone un trago de aire puro, mucho más agradable que los estrangulamientos de antaño.