ES el mes de los olvidos, el tiempo en el que retrasa el reloj de los problemas y no poca gente busca días de alivio; bien porque ahora se encadena un puente casi mágico, una suerte de pasarela al estilo de esa que vuela hacia Tintagel, el castillo ubicado en lo alto de la escarpada costa norte de Cornwall, al suroeste de Gran Bretaña y uno de los lugares históricos más preciado por los ingleses, habida cuenta de que se trata del espacio en el que, según cuentan los historiadores, nació y se crió el Rey Arturo en el siglo VI. Dicho así puede verse como un cuento de Navidad, propio de Charles Dickens.
Hoy y pasado mañana son dos días cargados de festividad laboral lo que invita al personal a encadenar un fin de semana con otro y lograr, así, ese tiempo de descanso del que les hablaba, que se une, poco después, con las fechas navideñas, ya de por sí días señalados para la celebración, para el reencuentro de las familias, para la vida en común y feliz. Para no poca gente, el asunto es agradable pero no puede, no debe, dilatarse en el tiempo. Algo así como las vacaciones de verano. Días agradables pero que pueden empachar.
Bilbao no es una ciudad ajena a esta realidad. No por nada, se ha vestido de fiesta para estas fechas, como si le hubiesen invitado a un baile de palacio, un concierto de Año Nuevo o, qué sé yo, una fiesta en el casino de Montecarlo. Lo ha hecho con elegancia. Magia y conciertos; mercados de artesanía y exposiciones de belenes; pistas de patinaje y obras de teatro. Se percibe en el ambiente que son fechas para todos los públicos, de los 0 a los 99 años.
Empieza ya la diversión. Es posible que hoy estén leyendo esto, si es que han sacado un cuartito de hora para el periódico con una de esas raciones de tiempo libre que nos sirven estos días. Pueden elegir en el variado menú, tan apetecible para pegar un trago de respiro.