EN días como estos, procedentes de los infiernos más tenebrosos, es cuando uno descubre que no hay ningún placer ni pecado, por exquisito que sea, mayor que el aire acondicionado. En días como estos, procedentes de las entrañas de un volcán, pierden verosimilitud los refranes que se jactan de haber nacido en las cepas de la sabiduría popular. ¿Ande yo caliente y ríase la gente? ¡Vamos, no me jodas! Solo faltaba que en medio de la sudorina me cruce con un prójimo a carcajadas batientes. ¡Lo que faltaba!

A partir de cierta temperatura –cada uno tenemos nuestro termostato, es cierto, pero todos tenemos un límite de aguante...– la vida deja de ser vida y se convierte en supervivencia. De las granjas nos llegan noticias de vacas que padecen y cerdos que se asfixian por los golpes de calor. De los campos nos anuncian que las vides, y miren ustedes que son retorcidas de por sí, se han puesto manos a la obra al destajo y producen uvas a tutiplén. “Hay que adelantar la cosecha”, dicen los entendidos, “porque la fruta madura antes”. El problema es que los vendimiadores, y miren ustedes que son gente curtida, también pueden caer de maduros por los estragos del sol.

Los daños colaterales de este cabrón de Lorenzo son múltiples y variados. Acaban de prohibir las barbacoas en las áreas recreativas forestales por aquello de que quien con fuego juega (y dale otra vez con el refranero: ¡qué día llevo!) y por aquello otro de que una imprudencia muchas veces es el embrión de la desgracia, el huevo del que nacen feroces llamas devoradoras. Es un fastidio, habida cuenta de que mucha gente contempla la naturaleza al aire libre como tierra de ocio y ahora que llegan los días de descanso, se han quedado sin recreo. Pero no olvidemos que hay otro puñado de hombres y mujeres para los que el campo abierto es su oficina, su andamio o su mostrador. Y luchan, como muchos de ustedes sabrán y a otros les sonará, contra las malas hierbas. La quema de rastrojos es una suerte de inquisición natural en la que arden en la hoguera las impurezas. También se ha prohibido esa faena. Estamos apañados. No hay manera de sacudirse estos sofocos de encima y nos va a salir una tendinitis de muñeca de tanto batir los abanicos. Lo que le dije, a la próxima persona que me venga con el “ande yo caliente” le pongo Gran Vía, arriba, Gran Vía abajo, a hacer diez largos. Ya verán cómo se ríe.