Estaba anunciado que esta iba a ser una temporada de riesgos, con el triple salto mortal (liga, Europa League y Copa...) amenazante, lo que tantas veces conlleva moverse en el alambre de las sobrecargas de partidos, que tantas veces es equiparable al sobreprecio de problemas musculares y al recargo de exigencias en esos partidos que se cierran, se cierran y se cierran y exigen soluciones que no siempre uno es capaz de encontrar.

El triple salto mortal, les decía. El nombre del mexicano Alfredo Codona duerme el sueño de los justos. La historia le olvidó, por mucho que hubiese un tiempo en que su nombre se pronunció en medio de un redoble de tambores y ente ¡oooohhhs! de admiración. El porqué hoy parece una nimiedad: fue el primer humano en realizar un triple salto mortal en los trapecios volantes, sueño dorado de muchos trapecistas de su época viéndolo como un imposible. La vida de Codona se torció, como la de tantos otros, por culpa de una mujer. Encontró a la suya en brazos de su amante en Long Beach (California); y sin pensarlo dos veces, cogió su pistola y mató a la infiel para, acto seguido, quitarse la vida: un final trágico cuando se encontraba en la plenitud de su carrera artística.

No creo que sea para tanto, claro que no. Pero el Athletic se encuentra en uno de esos momentos en los que se mira al cielo y pide que no sople más viento. Hasta la fecha, los ensayos de los rojiblancos son bastante buenos: juegan de tres en tres días en dos competiciones y se mantienen en las plantas nobles de ambas competiciones: el sexto puesto en las dos. Tienen buenas vistas desde ahí. El conjunto de Valverde ya no es un coro cerrado como el del año pasado, no puede serlo, y el técnico se ha aplicado en la senda de las rotaciones como mandan los cánones de los tiempos modernos. Y si bien ya no relucen con tanto esplendor como aquellos otros partidos del ayer, morrocotudos, su juego se ha sujetado a base de oficio y de la santa inspiración de sus francotiradores de ataque. Así ha sido hasta la llegada del vendaval de las lesiones, no por esperada menos inoportuna. Que no sople más, les decía.

Así estábamos, viéndole al Athletic dejando huella en Europa y agarrándose con unas y dientes a la liga, cuando llega el recuento de los daños materiales. Al hombre de hierro, Iñaki Williams, le ha llegado una lesión muscular, algo que parecía un imposible. Y al hombre de goma por la elasticidad de sus regates, Nico Williams, le caen lo que antaño llamábamos hostias como panes. Guruzeta tuvo que pasar por talleres para las reparaciones de la mira telescópica (a Dios gracias, parece que está saliendo...) y Berenguer, el cuarto hombre que tanto juego venía dando, se ha encontrado una lesión en el abdomen.

Todo a la vez y de repente, a las puertas de un más difícil todavía en LaLiga (descarten a Barcelona y Atlético de Madrid, y un escalón por debajo, a Betis y Girona...), donde le llegan los partidos de la verdad, de su categoría, y del desenlace de la liguilla continental, donde ya se saborea en caramelo de los ocho primeros.

El reloj de las horas exigentes avanza, ¡tic, tac! y estos días de reparaciones y descansos se antojan cruciales. Llega el cronómetro. Miramos al cielo y, lo que les decía, pedimos que nada se mueva. El salto exige precisión y en ello se afanan los rojiblancos.