A aparente tranquilidad con la que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, está acometiendo la negociación de los próximos Presupuestos Generales del Estado puede resultar engañosa. No hay una premura inminente para los plazos de esas cuentas, fundamentalmente por el hecho de que la aprobación de las del presente año habilita una eventual prórroga. Sin embargo, esa tentación de evitar el desgaste que apareja el diálogo cuando se carece de mayoría suficiente sería un error. La estabilidad del Gobierno de Sánchez está en su capacidad de gestionar el momento de la recuperación socioeconómica, con la inyección extraordinaria que suponen los fondos europeos. Para ello precisa de un respaldo de los socios de su investidura, empezando por su compañero de gobierno, que sorprendentemente sigue gestionando este tipo de asuntos como si no participara de él, a juzgar por el tono en el que la ministra Ione Belarra plantea su aportación a las cuentas, como si Unidas Podemos fuese un apoyo puntual de las políticas del gobierno y no su corresponsable. En paralelo, Sánchez arrastra compromisos con sus socios vascos y catalanes, sin ir más lejos. Y, fiel a su costumbre de llevar su estrategia de futuro a lo que dura el próximo Telediario, está dejando que cualquier otro asunto deje en segundo plano el cumplimiento de esos compromisos. El cansancio que provoca esta situación y la sensación de que la fiabilidad de sus promesas sea cuestionable no son el mejor emblema para alcanzar acuerdos que necesita e interesan en Euskadi. De momento, y puesto que existe una hoja de ruta de transferencias por cumplir, el camino del próximo consenso con Euskadi tiene que pasar por su desbloqueo y mirar mucho más allá. La advertencia del consejero Pedro Azpiazu en relación a la gestión unilateral de Madrid de los fondos europeos indica que tampoco esos deberes los está haciendo el presidente español o su equipo. La relación pasa por un momento complicado que solo puede superarse con un ejercicio de autoridad del presidente hacia sus ministros más recalcitrantes, empezando por Escrivá, para que dejen de poner trabas a los términos legales de los acuerdos alcanzados en el pasado. Lo contrario alimenta una desconfianza en la que los únicos ganadores serán quienes juegan a la desestabilización.