EL asesinato por parte del ejército de Estados Unidos y por orden directa del presidente, Donald Trump, del general Qasem Soleimaní, jefe de la Fuerza Al Quds que lleva a cabo las operaciones exteriores de la Guardia Revolucionaria de Irán, es un salto cualitativo tan trascendental como peligroso en la escalada del conflicto entre ambos países y que amenaza a la estabilidad y la paz de todo Oriente Próximo. La eliminación mediante un ataque con drones del poderoso militar iraní, al que EE.UU. acusa de ser el responsable de la muerte de cientos de estadounidenses y de planear agresiones contra diplomáticos y miembros del servicio americano en Irak y en toda la región, ha sido un duro golpe para Teherán, donde ha generado una ola de indignación, pero también supone, objetivamente, un elemento de alta tensión añadida a una zona condenada a un conflicto perpetuo y que parece irresoluble. Una escalada que lleva alimentándose varios meses y que ha cobrado una inusitada dimensión en los últimos días con ataques mutuos y represalias como el ataque contra la embajada estadounidense en Bagdad y los bombardeos americanos que han causado una treintena de muertes, hasta el punto de encontrarnos en una situación prebélica en toda regla. De hecho, tanto el ayatolá Ali Jamenei como el presidente iraní, Hasan Rohani, han prometido una "dura venganza" por la muerte de Soleimaní y del jefe de las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, Abu Mahdi al Mohandes, que también falleció en la ofensiva. No cabe duda de que esta operación supone un punto álgido en la tensión entre Whastington y Teherán por el control de Irak y es un golpe que puede ser definitivo contra cualquier intento de reconducción desde la diplomacia o la política y que solo puede generar más violencia, extensiva a más países de Oriente Próximo. Una estrategia que fue ayer duramente criticada incluso dentro de Estados Unidos. El exvicepresidente Joe Biden -que posiblemente será el candidato demócrata a la Presidencia- afirmó, en una acertada metáfora, que Trump había "arrojado un cartucho de dinamita en un polvorín" sin dar explicaciones, mientras el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, que teme las represalias en su ciudad, dijo que se ha "declarado la guerra" sin la aprobación del Congreso. Los nuevos tambores de guerra de Trump vuelven a amenazar al mundo.