LA constatación, en el inicio del nuevo curso escolar, del descenso en el número de alumnos en etapas no universitarias (487 menos que hace un año) no hace sino confirmar la realidad demográfica de Euskadi y lo que se prevé serán sus consecuencias en su sostenibilidad socioeconómica cuando, según datos de la Seguridad Social, ya hay hoy menos de dos trabajadores (1,88) por cada pensionista vasco. El descenso de la natalidad en la sociedad vasca es constante en la última década y desde 2010 solo un año (2014, con 22 nacimientos más que el ejercicio anterior) ha detenido la vertiginosa caída en el número de recién nacidos, de 21.961 en 2008 a 16.090 en 2018, es decir, 5.871 nacimientos menos (-26,7%), lo que avala el último informe al respecto de Eustat, que ya preveía una caída del 25% en el número de niños de 3 a 5 años y llegaba a reducir en 40.700 los alumnos de etapas preuniversitarias para 2031. Que esa caída demográfica se mantenga pese a los intentos realizados en los últimos ejercicios para impulsar la natalidad mediante medidas que la subvencionan -y que rara vez agotan su dotación presupuestaria- lleva a considerar que el fomento del cambio de ciclo demográfico pasa en todo caso por la aplicación de otras medidas previstas hace ya tiempo pero que la crisis económica ha ido posponiendo. En primer lugar, para arbitrar los mecanismos necesarios para cumplir, casi veinte años después, la resolución del Consejo de la Unión Europea que instaba a sus estados miembros a armonizar los horarios laborales y escolares y a las empresas a considerar la vida familiar y las necesidades de conciliación de sus empleados. Pero al mismo tiempo y casi tan importante, por el desarrollo de una nueva cultura entre las mismas generaciones llamadas a protagonizar la recuperación demográfica. El retraso en la emancipación -no es casualidad, por ejemplo, que ocho de cada diez madres vascas lo sean a partir de los 30 años- viene causado en muchas ocasiones, qué duda cabe, por la incertidumbre laboral y sus consecuencias económicas, pero también se ve influido por cambios imperceptibles aunque constantes en el orden de prioridades vitales, una realidad a la que también contribuyen las carencias que la sociedad presenta a la hora de mostrar los atractivos de la alternativa familiar.