EL anuncio por la primera ministra británica, Theresa May, de su dimisión el 7 de junio, una vez superadas las elecciones europeas y la visita a Gran Bretaña de Donald Trump, llega cuatro meses tarde. Era en realidad una decisión esperada desde que el pasado 15 de enero el Parlamento rechazara por primera vez y con una diferencia histórica de 230 votos el acuerdo para el Brexit al que la premier había llegado con la Unión Europea. Las otras dos votaciones (12 y 29 marzo) e incluso la pretensión de una cuarta que no se ha llegado a celebrar solo han sido intentos de comprar tiempo en la evidencia de su incapacidad -May was all thumbs, dirían los ingleses- para hallar un puerto en la tormenta del Brexit, también de gobernar el barco del Partido Conservador. Sin embargo, esa certidumbre no ha evitado que los tories repitan el error de anteponer el nº 10 de Downing Street a la realidad sociopolítica. Lo cometió Cameron, quien tratando de afianzar su gobierno convocó el referéndum sobre el Brexit que acabó con su dimisión en 2016; lo hizo la propia May en 2017, cuando convocó elecciones con el mismo objetivo y acabó perdiendo la mayoría, a la postre clave de lo que desemboca ahora en su despedida; y lo repite ahora al irse dejando gobierno y partido a un nuevo líder conservador. Porque, sea quien sea su sucesor -Boris Johnson, Dominc Raab, Andrea Leadsom y Jeremy Hunt se perfilan, por ese orden, como principales opciones-, ¿qué legitimidad y fortaleza tendrá el gobierno de un partido que las encuestas confirman vapuleado ayer en las europeas y convertido en cuarta fuerza tras el de Farage, los lib-dem y los laboristas y además dividido por esa elección de nuevo líder que no se decidirá hasta julio y con el horizonte de su congreso anual en septiembre? Con esa presión y el fracaso continuado de los dos gabinetes conservadores previos, ¿qué capacidad poseerá dicho ejecutivo de preparar un Brexit mínimamente ordenado antes del fin de la prórroga hasta el 31 de octubre concedida por la UE? Por contra, en esa situación, ¿cómo convocar unas elecciones que podrían abocar al Conservative Party al suicidio? Ni May ni los tories han solucionado nada con la dimisión, que puede escorar aún más a un partido amenazado, ignorante de que la democracia, como dijo Churchill, es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás.