LA doble cita consecutiva del debate televisado a cuatro retrata una anomalía que incide en el deseo de estos mismos partidos de polarizar la sociedad entre sus propias disputas aun a costa de dejar fuera del escaparate público la realidad de amplios colectivos sociopolíticos del Estado. Con independencia del resultado de los debates en términos de ganadores o perdedores, todos los participantes han sido partícipes de una escenificación que buscaba centrar el foco del ciudadano sobre ellos mismos. Se ha podido visibilizar la pugna de las derechas por el liderazgo de un modelo recentralizador y nacional-conservador en el que Rivera y Casado han sido tan torpes que han acabado disputándose el terreno de juego de la fuerza ultraderechista ausente, con lo que la han hecho presente en el imaginario de sus propios votantes. En el otro lado, no ha habido una pugna real por el votante que se considere progresista porque Unidas Podemos ha planteado más un discurso de adhesión y unidad frente a las derechas, consciente de que el sorpasso al PSOE ya no es una posibilidad. Y, por último, ha quedado en evidencia que el enemigo a batir es Pedro Sánchez, lo que ratifica su incomodidad de ofrecerse en el cuadrilátero televisivo dos días consecutivos en los que tenía poco que ganar dada la ventaja que las encuestas ya le concedían. Esos ejes planteados mediática y políticamente son los que estos cuatro protagonistas y sus círculos de interés pretenden asentar en esta campaña. Con esta fórmula, dejan fuera del debate a amplios sectores sociopolíticos para los que no hay mensaje. En el caso de Euskadi esto es tan evidente que las únicas alusiones a la realidad vasca han ido llegando mediante la penalización peyorativa de la misma y su relación legal, jurídica y administrativa con el Estado. Cuestionando en términos de lealtad y solidaridad lo que no es sino un anclaje cuya ruptura por estrategias cortoplacistas abre un escenario en el que todo es cuestionable, incluyendo el mismo Estado español y su vigencia dada su incapacidad durante cuatro décadas para cohesionar y equilibrar la calidad de vida de sus ciudadanos. No entre los territorios forales y las comunidades de régimen común, sino entre estas últimas, sometidas a un modelo de desarrollo centrípeto desde Madrid. Un modelo que se reproduce polarizando el voto.