LA bochornosa bronca que tuvo lugar el pasado jueves durante el pleno del Parlamento Vasco que aprobó la ley de abusos policiales, provocada tras una inaceptable intervención del representante de EH Bildu Julen Arzuaga, es la clara expresión del nerviosismo que ha invadido a diversos partidos en plena precampaña electoral y de la desorientación que experimenta la izquierda abertzale en su práctica política. La semana que hoy concluye ha sido horribilis para EH Bildu, entre su voto y el intento de vender ese apoyo a los decretos del Gobierno español, el lamentable espectáculo en la Cámara vasca y la obligada renuncia de su europarlamentario y hasta ahora cabeza de lista para repetir en el cargo, Josu Juaristi, por “actitudes inaceptables” con su expareja. Inmersa en un intento de ciaboga que -a la vista está- no sabe cómo ejecutar y que supone un cambio radical en muchos de los principios que ha venido sosteniendo durante cuarenta años y ante la inminencia de las elecciones, la izquierda abertzale ha patinado de manera aparatosa en el que iba a ser su estreno como pretendida llave en Madrid. Bajo la idea de que la composición de la Diputación Permanente del Congreso otorgaba a sus dos votos un carácter imprescindible -algo matizado por la realidad-, EH Bildu hizo ostentación pública de que su apoyo a Pedro Sánchez era, además de a cambio de nada, el principio de su supuesta influencia futura en Madrid hasta el punto de que solo gracias a su apoyo el líder socialista podría volver a ser presidente del Gobierno. Más allá de lo que pueda suponer este inédito cambio de actitud proactiva hacia las instituciones del “Estado opresor”, la izquierda abertzale busca con ello de manera clara competir con el PNV en capacidad de influencia, condición que el Grupo Vasco lleva ejerciendo, y con resultados palpables -en forma de transferencias o inversiones para Euskadi-, durante décadas. Pero de esta experiencia EH Bildu ha salido escaldada y, además, ha hecho un flaco favor a Sánchez, que ha vuelto a recibir críticas por haber “pactado” -pese a ser falso- con quienes aún no han reconocido su responsabilidad en el daño causado por ETA. Además, la inadmisible actitud de Arsuaga y sus compañeros en el Parlamento -sea como compensación al sector duro o no- ha dado al traste con esta estrategia, a la que le falta realismo, humildad, mucha labor interna y externa y, sobre todo, credibilidad.