Durante esta semana, y como derivada del Alderdi Eguna celebrado por el PNV, han proliferado en medios, tertulias y redes sociales abundantes especulaciones sobre presuntos cambios entre los dirigentes de ese partido. Las conjeturas se han centrado más bien en el futuro del actual presidente del EBB, Andoni Ortuzar, sobre su continuidad o su relevo. A tener en cuenta la peculiaridad de que la abundancia de especulaciones vienen reflejadas en medios no precisamente afectos al partido jeltzale. De todos es sabido el complejo mecanismo por el que la afiliación determina en sus propias asambleas, desde locales a nacionales, los candidatos para dirigir el partido, así que cualquier especulación, a estas alturas, resulta vana.

Lo que en verdad queda constatado es que el PNV se encuentra en un momento crucial que va a requerir de una catarsis interna que le lleve a superar un declive no solamente electoral sino anímico, emocional incluso. Ha sido tan potente su hegemonía institucional que buena parte de la sociedad vasca se ha mimetizado con el resultado de cuatro décadas de gobierno. Al PNV no solamente le han venido votando sus afiliados y los allegados de sus afiliados, sino muchos miles de electores conformes con su forma de hacer, satisfechos con el resultado de su gobernanza, como consta repetidamente en sondeos demoscópicos. Del PNV se conocen sus dirigentes, los que salen en la tele y, con más concreción, los del propio territorio porque difícilmente los votantes guipuzcoanos identificarían a dirigentes alaveses o viceversa, y en el mismo grado de desconocimiento irían los vizcainos con respecto a sus vecinos. Del PNV se dice por inercia o por malicia que es un partido de derecha y ultraconservador, aunque esos calificativos no casan mucho con quienes aceptan sin reparos iniciativas tan progresistas como el aborto, el divorcio, la eutanasia, el matrimonio homosexual o dedicar a la asistencia social la mayor parte de las inversiones. Ello no obsta, paradójicamente, con cierta vitola de rancio, de carca incluso que se le otorga por parte de capas sociales antagónicas. Quizá sea cierto que la sociedad vasca se acostumbró a confiar en el PNV y en su forma de gobierno de manera acrítica y aceptase con su voto la casi perpetuidad de lo consolidado como habitual. Sea como fuere, la realidad es que a medida que se va asentando la opción antagónica, a medida de que se han evidenciado y desorbitado sus defectos de gestión, la repercusión en las urnas ha sido evidente y parece que ha puesto en guardia no solo a sus afiliados sino también a esa apreciable parte del electorado que sigue confiando en la solvencia jeltzale.

A sus nuevos dirigentes corresponderá un serio esfuerzo para actualizar su mensaje, una agilidad comunicativa capaz de llegar a las nuevas generaciones, una audacia capaz de probar nuevos caladeros de votantes, una credibilidad basada en resultados fiables y una profunda convicción de que el tiempo apremia, que a los viejos mitos sustituyan caras nuevas y una actitud de apertura, de transparencia, de homologación a las nuevas realidades.

Las especulaciones sobre quién se queda y quién se va no pasan de anecdóticas y, si me apuran, malintencionadas. Lo fundamental es que hay pendiente una puesta al día tan necesaria, que o se ponen a la faena o costará demasiado remontar.