Hoy votan en Catalunya, por fin. Y es que llevábamos meses soportando especulaciones y sobrevalorando los resultados de los comicios catalanes, como si de ellos dependiera no solamente la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez sino el futuro del país. La opinión publicada ha pasado como sobre ascuas por los resultados de las elecciones precedentes, Galicia y Euskadi, evidenciando una vez más que en España –entendiendo España como el centralismo madrileño y el patrioterismo acomplejado– pervive la animosidad contra Catalunya, más próxima a la inquina que a la rivalidad. Ese ancestral anticatalanismo carpetovetónico llegó a extremos lindantes con la histeria y la fobia a cuenta del procés y la radicalización independentista consecuencia del cepillado del Estatut aprobado por el Parlament y por el Congreso. Apagado el incendio independentista a golpes de porra, de cárcel y destierro, el centralismo soporta malamente las brasas del apoyo que los dos partidos catalanes soberanistas prestan al Gobierno del para ellos ilegítimo presidente Sánchez.
El circo electoral ha contado con todo género de atracciones hasta constituir una campaña diferente en la que no faltaron novedades como esos cinco días de retiro espiritual del líder del PSOE, números tradicionales como los insultos, las mutuas acusaciones, el fantasma de la Ópera en constante cuerpo presente entre Waterloo y Perpinyà, la proliferación inusitada de encuestas, sondeos y especulaciones y todo ello con la música de fondo de la bronca que no cesa. Y hasta aquí hemos llegado, en total incertidumbre porque tanto si gana el PSC como si no, la salida de esta encrucijada precisa de coaliciones, alianzas y trueques imposibles, hasta el punto que no se descarta una repetición de la jugada. Es lo que toca. De nuevo las miradas volcadas en un desenlace de esperanza para unos y de aborrecimiento para otros, un desenlace para ir tirando y que no desestabilice demasiado.
Y mientras unos y otros contienen el aliento y hasta se hacen porras, mientras tratan de impedir que gane Salvador Illa, otros ahondan el abismo entre ERC y Junts , otros espetan ver esposado y en la cárcel a Puigdemont, otros le elevan al trono de Honorable. otros temen eternamente que España se rompa y otros añoran los fervores del procés; este episodio pasará sin que nadie apruebe la asignatura pendiente de resolver el problema endémico de la territorialidad. Entretenidos con los personajes, los pactos y el desenlace de esta novela corta, seguirá en el aire el reconocimiento de la nación de naciones, la necesaria renuncia a la España Una, Única e Indisoluble, y el derecho de las reconocidas por la ley nacionalidades a decidir su futuro. Reivindicación que para algunos es estar en la luna mientras no quitan la mirada del dedo que la señala.