Europa-América Latina: la oportunidad que volvió a escaparse
La cumbre CELAC-UE celebrada en Santa Marta debía sellar el relanzamiento político de una relación birregional que, desde hace años, acumula más promesas que resultados. Sin embargo, el encuentro —marcado por la ausencia de numerosos líderes latinoamericanos y europeos, incluida la presidenta de la Comisión Europea— terminó dejando más incógnitas que certezas. La declaración conjunta aprobada reitera compromisos tradicionales sobre democracia, multilateralismo o cooperación verde, pero evita los temas incómodos y no define instrumentos claros de cumplimiento. Europa busca recuperar influencia en una región cortejada por China y Estados Unidos; América Latina aspira a diversificar socios sin perder autonomía. El balance es, por ahora, un consenso de mínimos que vuelve a poner a prueba la retórica de la “alianza estratégica”.
Demasiadas ausencias
La foto de familia en Santa Marta fue menos multitudinaria de lo esperado, y eso ya dice mucho. La ausencia de Ursula von der Leyen, de varios jefes de Estado europeos y de un número significativo de mandatarios latinoamericanos ilustró la fragilidad del formato. Aun así, los cancilleres y delegaciones presentes lograron consensuar un texto final que insiste en la cooperación digital, la transición ecológica y la seguridad ciudadana, pero evita abordar cuestiones sensibles como el comercio agrícola, la crisis venezolana o la gestión migratoria. En otras palabras, un ejercicio de equilibrio diplomático más que un salto cualitativo. En tiempos de fragmentación global, la cumbre ha servido para mantener el diálogo, pero no para dotarlo de una brújula compartida. Europa, atrapada entre prioridades internas y la guerra en Ucrania, parece tener menos energía política para mirar al sur.
Distancia entre retórica y práctica
Desde la óptica latinoamericana, el desencanto tampoco es menor. La CELAC se presenta como voz común, pero su diversidad interna impide posiciones coherentes frente a Bruselas. Los países del bloque se dividen entre quienes ven en la Unión Europea un aliado estratégico y quienes prefieren reforzar sus lazos con potencias emergentes o con China, hoy principal socio comercial de la mayoría. En ese mosaico, las aspiraciones de unidad chocan con realidades nacionales muy distintas, que dificultan la elaboración de una agenda compartida en materia de inversión, sostenibilidad o gobernanza democrática. Tampoco Europa logra articular una propuesta que combine su poder económico con una diplomacia más flexible y sensible a las prioridades del Sur Global. Santa Marta evidenció, en definitiva, la distancia entre la retórica de la asociación y la práctica de una relación que avanza con más inercia que impulso político.
Una alianza entre iguales
Y, sin embargo, bajo la superficie de la cumbre se mueven corrientes más prometedoras. La modernización del Acuerdo Global con México, la negociación final del tratado con Mercosur y las inversiones anunciadas por el Banco Europeo de Inversiones –más de 100.000 millones de euros en el marco del programa Global Gateway– delinean una agenda concreta que mantiene viva la cooperación. Son avances bilaterales y financieros que, aunque parciales, ofrecen un camino más operativo que la vía birregional. Europa sigue viendo en América Latina un socio estratégico para la transición verde y digital, pero necesita acompañar los recursos con presencia política sostenida. Santa Marta deja, así, una doble lección: la oportunidad que volvió a escaparse y la confirmación de que, pese a todo, aún existe materia prima para reconstruir una alianza entre iguales.
