La importancia de llamarse Europa en un mundo en guerra
Europa, cuna de las instituciones multilaterales, defensora del derecho internacional y potencia económica global, atraviesa un momento crítico. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio reconfiguran el orden internacional mientras el antagonismo entre Estados Unidos y China marca el pulso de la economía mundial. En este contexto, la Unión Europea aparece como un actor con potencial, pero con dudas. ¿Está preparada para dejar de ser un espectador de los grandes acontecimientos? ¿Puede convertirse en un polo estratégico autónomo capaz de influir en las decisiones globales? La UE cuenta con recursos, población, peso diplomático y vocación normativa, pero su voz es a menudo débil y dividida. Para ser relevante, necesita resolver su dilema existencial: querer y poder actuar como potencia. El reloj geopolítico no se detiene, y Europa debe decidir qué papel quiere jugar.
CAPACIDAD DEFENSIVA PROPIA
La relevancia internacional no se regala, se conquista. Y en el actual tablero global, donde la fuerza y la cohesión dictan el liderazgo, la UE sufre por su carácter intergubernamental, sus mecanismos lentos y su falta de ambición común. La guerra en Ucrania ha sido una llamada de atención: sin capacidad de defensa propia, Europa depende de la OTAN y, por extensión, de Estados Unidos. Esta realidad pone en cuestión cualquier aspiración de autonomía estratégica. A su vez, el conflicto en Gaza y la creciente desestabilización en Oriente Medio requieren una política exterior europea activa y coordinada, algo que hoy sigue siendo una quimera. Para que Europa cuente, debe resolver su dependencia en seguridad, definir intereses comunes claros y articular una diplomacia proactiva con capacidad de presión real.
PRESUPUESTO BIEN DOTADO
En el plano económico, la rivalidad entre Washington y Pekín coloca a la UE ante una disyuntiva incómoda: alinearse con uno de los bloques o construir una tercera vía competitiva y soberana. La respuesta no puede ser la equidistancia pasiva, sino una estrategia industrial y tecnológica que refuerce su autonomía en sectores clave —energía, semiconductores, defensa, inteligencia artificial—. También debe defender su modelo social y regulador sin caer en el proteccionismo ni en la irrelevancia. Para ello, necesita un mercado interior verdaderamente integrado, inversiones conjuntas ambiciosas y una gobernanza económica que permita actuar con rapidez. La fuerza normativa de Bruselas, su “poder blando”, sigue siendo valiosa, pero sin músculo económico y cohesión política, es insuficiente para moldear las reglas globales.
QUERER ES PODER
La pregunta de fondo es política: ¿quiere Europa ser una potencia? La respuesta pasa por dotarse de liderazgo, visión estratégica y voluntad de actuar unidos. Esto implica reformas institucionales profundas que permitan decisiones por mayoría cualificada en asuntos clave como política exterior y defensa. Supone también una narrativa común que dé sentido al proyecto europeo más allá de la paz interna y del mercado único. La ciudadanía europea, enfrentada al auge del populismo y al desgaste de la confianza en Bruselas, debe percibir que más Europa no es una cesión, sino una inversión en seguridad, bienestar e influencia global. En un mundo marcado por la ley del más fuerte, la relevancia europea depende de que se tome en serio a sí misma. Porque si Europa no habla con una sola voz, otros hablarán por ella.