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La UE entre la brújula estratégica y el paraguas atlántico

La cumbre de la OTAN del 24 y 25 de junio en La Haya se presenta como una de las más estratégicas desde el inicio de la guerra de Ucrania. En plena carrera hacia la redefinición del orden de seguridad transatlántico, los aliados buscan reforzar la disuasión frente a Rusia, apuntalar el compromiso con Ucrania y proyectar una OTAN más ágil, mejor financiada y políticamente cohesionada. La Unión Europea, con su brújula estratégica en marcha, asiste al encuentro con el reto de consolidar una defensa común sin quebrar la alianza atlántica. Mientras tanto, países como España enfrentan una presión creciente para elevar su gasto militar, con cifras que ya no se limitan al simbólico 2% del PIB, sino que podrían escalar —en hipótesis aún marginales pero cada vez más mencionadas— hasta el 5%. ¿Estamos ante un cambio estructural en la relación Europa-OTAN? ¿Puede la defensa europea despegar sin fracturar la unidad atlántica? La cumbre de La Haya ofrecerá pistas.

EL NUEVO PAPEL DE LA OTAN

La cumbre marca un nuevo momento de definición estratégica para la Alianza Atlántica, en un contexto internacional de alta inestabilidad y competencia sistémica. La guerra en Ucrania, lejos de una resolución cercana, mantiene movilizados los resortes políticos, diplomáticos y militares del bloque euroatlántico, con la vista puesta no solo en el Este, sino también en las tensiones en el Indo-Pacífico y el fortalecimiento del eje Pekín-Moscú. En La Haya se esperan acuerdos orientados a fortalecer los flancos Este y Norte de la Alianza, mejorar la interoperabilidad industrial en materia de defensa –un punto de interés común para Bruselas y Washington– y afinar el mecanismo de apoyo multianual a Ucrania, en medio de incertidumbres geopolíticas creadas por Trump en su segundo mandato. También se discutirá, previsiblemente, el rol de actores como Japón, Corea del Sur o Australia, observadores cada vez más relevantes en las discusiones aliadas.

INCREMENTO DE GASTO

A este escenario se suma un dato clave: la creciente presión interna dentro de la OTAN para que los aliados cumplan –y superen– los compromisos de inversión en defensa. Si el 2% del PIB se ha convertido ya en el mínimo exigido, en algunos círculos –especialmente en Washington y dentro del mando militar de la Alianza– se empieza a hablar de un “5% estratégico” como hipótesis para los países más comprometidos. ¿Está España preparada para un salto de este calibre? Por ahora, el Gobierno mantiene su hoja de ruta para alcanzar el 2% del PIB en 2029, una meta exigente pero asumida políticamente. Sin embargo, cualquier presión aliada para acelerar ese calendario o elevar el listón pondría al Ejecutivo ante decisiones complejas, tanto presupuestarias como de comunicación pública. En un país sin cultura de defensa arraigada y con demandas sociales persistentes, cuadrar el círculo no será fácil.

LA POSICIÓN DE LA UE

En paralelo, la Unión Europea llega a la cumbre con una brújula estratégica que avanza lentamente hacia una mayor autonomía en materia de seguridad, pero sin capacidad real —aún— de prescindir del paraguas estadounidense. Esta dualidad marca el tono de su participación: firme compromiso con la OTAN, pero necesidad de visibilizar una voz europea propia en la definición del futuro geoestratégico del continente. España, con un pie en la UE y otro en la OTAN, deberá calibrar su posición con inteligencia estratégica: mostrar compromiso sin precipitación, reivindicar su papel como garante del flanco Sur y vincular cualquier esfuerzo adicional a una narrativa de corresponsabilidad y retorno. La cumbre de La Haya no cambiará el mundo en dos días, pero ofrecerá claves para entender hacia dónde se mueve la arquitectura de seguridad occidental. Europa se juega no solo su autonomía, sino su credibilidad como aliada.