Hace ya siete meses que Putin movilizaba su ejército para invadir Ucrania. Más de medio año de una guerra que contaba con ganar rápidamente, ocupando territorios fronterizos y llegando a Kiev con la intención de instaurar un gobierno filoruso. Sin embargo, nada le ha salido al líder del Kremlin como pretendía en el frente bélico. Ahora se cierne sobre Europa la que históricamente ha sido la mejor arma rusa: el general invierno. Meses en que la crisis energética será la gran protagonista de la contienda y en la que se decidirá la suerte de esta escalada de violencia en Europa. En este tablero de ajedrez en que se ha convertido la partida puesta en marcha por Putin, hay muchos otros factores a tener en cuenta que pueden abrir distintos escenarios para el final de la guerra. Los distintos actores internacionales han ido reajustando sus posiciones y pese a que la incertidumbre sigue prevaleciendo, empieza a despejarse el horizonte.

En el plano militar, la guerra convencional está en pleno punto de inflexión. El contraataque del ejército ucraniano, fuertemente pertrechado por EE.UU. con tecnología de vanguardia y táctica de guerrilla en el territorio, está recuperando posiciones. Rusia tiene ya claro que ocupar Ucrania o parte de ella es una tarea casi imposible sin mediar una negociación internacional. Así las cosas, hemos pasado a una fase verbal de uso de armamento nuclear. Una amenaza rusa que ha sido tajantemente contestada por el Pentágono asegurando que, de emplearse cabezas balísticas nucleares, la reacción supondría la muerte de Putin en menos de media hora, al estilo Bin Laden; la destrucción de su flota del Mar del Norte y de las infraestructuras críticas del país. La advertencia es arma de disuasión, pero también es la manera de decirle al mundo que si sufrimos un ataque nuclear hay respuestas convencionales con más capacidad de victoria.

Pero resulta más importante el análisis de las consecuencias económicas de la guerra. Para la UE tiene una consecuencia: la pérdida de poder adquisitivo de las clases trabajadoras, fruto de la galopante inflación provocada por la crisis energética. Una segunda es el incremento de costes de producción de las industrias y las empresas de los 27, lo que tarde o temprano producirá pérdida de empleos y, con ello, tensionará el esquema de cobertura social del Estado del Bienestar. EE.UU. es la aparente beneficiaria de esta guerra pues ha incrementado sus exportaciones energéticas y de armamento al resto del mundo. Pero en un mundo globalizado tiene que medir mucho cuánto tiempo le conviene que dure la guerra porque ya está afectando a su crecimiento y empleo el parón de la economía en muchas regiones. China prácticamente ha entrado en recesión, lo que hubiera sido impensable antes de la pandemia, y no puede permitirse más tiempo sin que se normalicen los mercados. De hecho, su apoyo a Rusia se ha tornado distancia ahora, hasta el punto de que no ha reconocido la anexión de los territorios ocupados de Ucrania. Lo mismo sucede con otro gigante como India.

Situación política

Así las cosas, el aislamiento mundial de Putin es casi total. Solo Corea del Norte le apoya y ha iniciado una serie de pruebas de lanzamiento de misiles sobre el espacio aéreo japonés para tensar el escenario. En la UE se mantiene formalmente la unidad con Ucrania frente a la agresión rusa. El invierno se va a hacer muy largo y las elecciones que se vienen sucediendo en los 27 muestran el malestar de la gente y marca una tendencia del voto favorable a las propuestas eurófobas populistas de la extrema derecha, caso de Suecia e Italia. La desestabilización política de la UE sigue siendo el arma a la desesperada de Putin. En EE.UU. la clave serán las elecciones legislativas de noviembre que pueden cambiar las mayorías en la Cámara de Representantes y en el Senado del lado republicano. De ahí que la Administración Biden esté pisando el acelerador para ganar rápido la guerra. En China, el máximo mandatario, Xi Jinping, necesita acallar las voces críticas en el Partido Comunista por haberse abrazado a Putin en el inicio del conflicto, al que consideran ya un perdedor. Queda, por tanto, como gran incertidumbre, cómo se van a mover las piezas políticas en Rusia. Declarado criminal de guerra por EE.UU. y la ONU, ninguna negociación de paz es ya posible con él en el poder. Su salida va a depender de su capacidad de resistencia interior y de las debilidades de la UE si se rompiera la unidad de criterio por las dificultades que el frío invierno nos va a suponer.