La ignorancia crea la mentira. Y la de ahora es que las campañas electorales son un derroche que pagamos todos. Estas son algunas profesiones a las que el voto les da vida y curro: agencias de publicidad, asesores de comunicación, speechwritters, productores de vídeo y sonido, locutores de radio para cuñas, periódicos con anuncios, cadenas de televisión e Internet, encuestadores, institutos de demoscopia, tertulianos, imprentas que editan folletos, carteles y papeletas, industria del papel, estilistas, diseñadores gráficos, creadores de webs, estrategas de marketing digital, montadores de carpas, alquiladores de vallas y otros soportes, empleados de Correos que amplían su plantilla (158 más, solo en Euskadi), coches de alquiler, funcionarios de censo, organizadores de eventos, proveedores de catering, dobladores de lenguaje de signos, músicos, hoteles y restaurantes, fotógrafos, gente de relleno para mítines, jueces de juntas electorales, expertos en iluminación, cámaras independientes, bancos y cajas de ahorros que conceden créditos a partidos, activistas de redes sociales, cultivadores de rosas que no huelen, empresas de caramelos y quincalla, diseñadores de camisetas y gorras, repartidores de buzoneo, satélites en alquiler, unidades móviles, policías que hacen horas extras, autobuses para militantes, taxistas, agencias de viaje, chinos que hacen banderitas, humoristas, adivinos de tarot, los del engrudo y las pancartas, alquiladores de sillas, bodegas de champán, Hacienda que siempre saca algo, vendedores de humo, psiquiatras, Ferreras y, por supuesto, farmacias que expenden ansiolíticos y analgésicos. La democracia es una industria, amigo mío. ¿Sabe usted el dineral que invertirán las marcas en la tele durante los intermedios del debate de hoy y los siguientes? Ya le digo: votar da muchísimo trabajo.