SE acuerdan de la retransmisión que TVE y Jesús Hermida hicieron de la llegada del hombre a la luna el 21 de julio del 69? No se veía nada, era como una ecografía antigua, todo borroso en un blanco y negro franquista y acompañado de insulsos comentarios. Cincuenta años después, Todd Douglas Miller ha realizado un soberbio documental con imágenes nítidas, elocuentes y a color, muchas de ellas inéditas, de la intrépida misión. Se titula Apolo 11 y es lo mejor que se ha producido sobre la epopeya espacial. Es una maravilla de hora y media con categoría de obra de arte.

Narra en nueve jornadas aquel viaje alucinante, desde el lanzamiento hasta el amerizaje en el Pacífico, pasando por el mágico instante en que Armstrong deja su huella en nuestro satélite y la exótica despedida de Aldrin con su “adiós, amigos”, en perfecto castellano. Se olvida del tercer astronauta, el pobre Collins, excluido de hollar la luna por el deber de quedarse en la nave. La película es una mezcla de escrutinio histórico, divulgación científica y relato épico. Podría haber desbarrado en un patriotismo trumposo, pero lo ha orillado y eso que la conquista del espacio fue una descomunal operación de propaganda iniciada por Kennedy contra la superioridad de la ingeniería soviética, además de una cortina de humo de Nixon para ocultar el horror de Vietnam. Los hippies creyeron que el espectáculo era un loco despilfarro de sus padres. Y hasta los Beatles se disolvieron entonces.

TVE ha conmemorado la gesta con varios programas aprovechando sus inestimables archivos, lo que ha servido de banquete para nostálgicos y de excusa para la paranoia de escépticos y negacionistas. Ocurrió realmente y no hace siglos como parece, cuando toda la humanidad, también los ateos de la verdad, subimos a bordo del Apolo 11; sí, precisamente el número 11.