ver, oír y callar es el papel asignado a los telespectadores en un debate electoral. ¿Tiene sentido en la era de Internet? Al menos el convidado de piedra de Tirso pudo enviar al infierno al lúbrico don Juan. Esta es la peor campaña de la historia: aspirantes folclóricos, mensajes intempestivos y mucha bisoñez. Sí, habrá debates. Como a Sánchez y Casado les conviene remarcar el bipartidismo se celebrará un choque a dos, moderado por la nueva presidenta de la Academia de Televisión, María Casado, que con ese apellido corre el riesgo de parecer la prima del líder del PP, algo delicada para la tarea. Como el christma audiovisual del rey, todas las cadenas lo retransmitirán en directo. Menos en Euskadi y Catalunya.

El enmascarado Risto Mejide y su programa satírico en Cuatro se lo han montado para este miércoles bajo el título de Debate de verdad y al que asistirán siete fuerzas políticas. ¿Y por qué no organiza el suyo Zapeando, en La Sexta, para que hasta el 28-A todo transcurra en una insustancial astracanada? Mientras, la Junta Electoral Central, tan censora del amarillo rebelde, deja sin cobertura a Oriol Junqueras y Jordi Sánchez para ejercer sus derechos desde prisión y quizás acceda a que Vox tenga presencia en las cadenas públicas pese a ser extraparlamentario. Son los vestigios del 155.

Telecinco rescató el viernes a Bertín para regalar a Abascal el reportaje de un facha entrevistado por otro facha. Ana Rosa rodea de niños a los candidatos en horario escolar. Y en Antena 3, El hormiguero, puro espacio promocional, convoca a los presidenciables para que hagan gracias. ¡Qué pérdida de tiempo teniendo a Jordi Évole! Ayer volvió a acertar con la confrontación entre Colau y Valls. ¿Decide la tele el resultado en las urnas? No más que un anuncio: las elecciones son un producto previsible cargado de ansiedad.