AYA, vaya. No es relevante lo que piense alguien tan exquisito con la pelota como Ricardo Bochini, quien al fin y al cabo vino a Bilbao a lo que vino, a recoger un premio que reconoce la fidelidad a unos colores de un antiguo centrocampista argentino que perfectamente pudo cruzar el charco para exhibir su zurda en un club con posibles del mal llamado Viejo Continente. Pero, bueno, ya que el hombre tuvo ocasión de seguir desde el palco los casi cien minutos de ¿fútbol? o de lo que fuese que brindaron Athletic y Valencia, a uno le pica la curiosidad. Estaría bien conocer qué pensaba Bochini mientras perseguía con la mirada a veintidós tipos haciendo lo imposible por amargar la tarde a San Mamés al completo.

Si se deja al margen la opinión del invitado, entonces ¿a que se circunscribe lo relevante? ¿Acaso a lo que ponía el marcador cuando los artistas tomaron el camino hacia sus camerinos? Hombre, desde luego ese dato concreto, ese tristísimo 0-0, da mucho que pensar porque no se trataba de un partido cualquiera, uno más dentro de una lista. No, era el partido ideal para intentar ese salto hacia adelante que hasta la fecha había sido inviable; era el partido señalado para transformar la aspiración, eso tan etéreo, en consolidación de un afán largamente perseguido. Durante un lustro. Aún ganando ayer, podría suceder que el Athletic permaneciese donde estaba si el Villarreal sumaba tres puntos ante el Sevilla. Ahora sabemos que el valor del resultado del Villarreal es secundario porque lo nuclear de esta historia corre a cargo de un Athletic peleado con el juego, enemistado con el balón, incapaz de digerir la presión, víctima en suma de su mala cabeza, como viene siendo habitual en las fechas subrayadas con rotulador rojo.

Lo que comulgan con los postulados y la línea de actuación vigentes en el equipo de Marcelino, se tiran de los pelos, si es que les queda cabellera. Por enésima vez dirán que tuvimos en la mano la victoria, acariciamos el éxito: ¡cuánto infortunio concentrado en ese tiempo añadido! Y tanto. Increíble la mano de Mamardashvili, el mismo que en el primer acto estuvo a punto de hacerse el harakiri en dos lances estúpidos e incluso concedió una tercera ocasión por no salir de portería, sí, increíble su estirada y la manopla firme para detener el cabezazo de Iñaki Williams. Increíble asimismo cómo el larguero escupió el violento remate de Villalibre, solo un par de minutos después. Pues sí, con eso y con otra que tuvo Williams, el clásico mano a mano, resuelto de manera inverosímil por el portero georgiano, debería haber sido suficiente para que la tarde culminase en una celebración.

Claro que, compartir dicho criterio exige un esfuerzo. Más o menos, la cosa consistiría en reducir el asunto, el análisis, el debate futbolero, al repaso de los episodios aludidos y hacer desaparecer el resto de un plumazo, como si no hubiese existido el montón de minutos infumables donde era imposible distinguir cuál de los contendientes peleaba por plaza europea y cuál saltó a la hierba sin alicientes tangibles. Borrar de la mente todo el desperdicio en las posesiones o la sensación constante de que el equipo iba con el freno de mano echado, sin confianza y, por supuesto, sin ideas. Montarse, por qué no, en el carro de los que argumentan que la culpa fue del árbitro, que no se enteró de la fiesta y dejó que el Valencia desplegase sus trucos, pese a que están más vistos que el tebeo.

Seguramente que Bochini, ni siendo seguidor del Athletic, lo haría, no se conformaría con hacer una lectura tan simplista de algo que, por cierto, no es nuevo con el Athletic de por medio. Pero cada cual es libre de interpretar los acontecimientos a su antojo. Lo preocupante es que el equipo alcance tales cotas de vulgaridad justo en los días clave, que se muestre especialmente obtuso en días como el de ayer, cuando se invierten toneladas de ilusión y esperanza. Los supuestos líderes ni asoman y los otros se entregan a una batalla estéril; los encargados de marcar diferencias se dan por satisfechos con dejar dos pinceladas, los otros van y vienen sin parar, aunque se diría que no saben muy bien a dónde. El trabajo colectivo pareció orientado a guardar el área propia y a largar un pelotazo, a ver si lo agarra uno de los Williams. Jugar, lo que se dice jugar, poquito y con correr muchos kilómetros es complicado compensarlo. Si el fútbol te pone en evidencia, ganar cuesta. Cómo no va a costar.