Está asumido que de nuevo Europa va a quedar fuera del alcance del Athletic. Se estima que nueve jornadas son un margen insuficiente para recuperar el terreno perdido a lo largo de la temporada, máxime tras sumar un solo punto de los últimos seis. Pese a que el equipo se halla en condiciones de superar su registro anterior, para lo que necesitaría añadir media docena a los 41 actuales, un logro bastante asequible, aún debería rascar no menos de quince más y esto ya son palabras mayores.
El peligro que se cierne sobre los rojiblancos es que se repita la experiencia de doce meses atrás. Entonces, el balance de las nueve jornadas que cerraban el calendario fue de diez puntos. Elevar esa cadencia y reducir la distancia con los de arriba se convierte en el reto inminente, en el único posible y, pese a que a efectos prácticos su rentabilidad sea nula, no debería ser minusvalorado. Es más importante de lo que pudiera parecer porque se examina la calidad competitiva, la profesionalidad, la ambición y, en definitiva, el talante, el espíritu de la plantilla y del cuerpo técnico. Unos y otros corren el riesgo de ser tachados de indolentes, el peor síntoma detectable en un grupo de elite. Marcelino ha exteriorizado su enfado ante la insinuación de que, huérfano de metas tangibles, el Athletic pudiera dejarse ir. Lógico. Pero será en el campo donde se compruebe si esa incomodidad está justificada.
Según el análisis del entrenador, el índice de efectividad de cara al gol está en el origen del retraso clasificatorio. No encuentra ninguna otra razón y alude a que todos los registros estadísticos que maneja avalan su opinión, pues por sí mismos colocarían al Athletic en una posición más avanzada en la tabla. Claro que sin gol, el esfuerzo, el despliegue, el balance defensivo, el empuje y la generosidad que exhiben sus futbolistas, acaban por revelarse como factores estériles. Al menos para formalizar una candidatura de fuste a figurar en la zona noble de la tabla. El mensaje cala, sobre todo si se envía minutos después de haber asediado la portería del contrario, un Getafe en cuya área se contabilizaron una treintena de llegadas, un tercio de las cuales muy nítidas, propicias para alojar la pelota en la red.
Marcelino refuerza su discurso con la constatación de que el equipo no cuenta con un goleador referencial. Es evidente. A todos nos vienen a la cabeza los nombres de Aduriz, Llorente o Urzaiz, que cumplían los requisitos (instinto, pegada, jerarquía) para plasmar en resultados el flujo de juego del colectivo. Y agrega que el gol es caro y se compra, que así funcionan todos, buceando en el mercado, recurso que por motivos obvios no entra en los planes del Athletic.
No cambiar una coma de estas reflexiones, nos conduce a una única conclusión: el Athletic se encuentra en un punto de no retorno, su destino está determinado, por irreversible; continuará siendo un club abocado a desenvolverse en la mitad de la tabla, fuera de peligro y fuera asimismo del reparto de premios vía liga. Desde luego, así expuesto el asunto se da por supuesto que es imposible resolver el déficit de puntería, algo que sería discutible. Habría que preguntarse si el fútbol no concede alternativas válidas para mejorar la producción en ataque y la respuesta se antoja afirmativa.
Concentrar la cuestión en la ausencia de un rematador consumado es una manera de simplificar lo que viene pasando desde que Aduriz bajó sus prestaciones. El manido argumento de que el gol debe ser una responsabilidad compartida nos pone sobre la pista del remedio a aplicar. Al igual que se le otorga un gran peso a la estrategia y al Athletic no le va tan mal en esta faceta, es posible articular resortes que permitan exprimir las capacidades ofensivas de los jugadores, ya sea a través del estilo de fútbol que se practica, de las múltiples variantes tácticas que cabe emplear y de la elección de las piezas que conforman las alineaciones.
Un ejemplo muy a mano: no parece muy coherente una apuesta tan rotunda por un delantero con una media aproximada de seis goles por campaña en liga y jactarse de que ha pulverizado el récord de partidos consecutivos del torneo. ¿Quiere decirse que no debe jugar? En absoluto, es muy aprovechable, pero no si monopoliza la posición más avanzada, por cierto, un privilegio que ni a él le favorece. Existen soluciones, pero si no se prueban la dinámica persiste. Esto es lo que se ve.